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2012/11/20

¿Y qué coño es eso del HABE? :V (4ª parte)

¡Qué feliz es la vida del ni-ni! O eso es lo que la gente debe pensar al verme, al menos. Es cierto que tengo bastante tiempo libre dado que sólo doy 8 horas de clase a la semana este año (si no han querido cogerme en la universidad, ellos se lo pierden), pero mis proyectos personales hacen que el tiempo que gano por no pasarme 6 horas diarias metido en un aula se vaya por otras vías. No hablo solamente de escribir en el blog, redactar noticias para Osu! Nippon, continuar mis historias o dibujar; por supuesto, como todo hijo de vecino, también tengo que estudiar por mi cuenta para salir adelante y no desaprovechar este año. El doblaje me exige una práctica ajena a las clases, el chino debe estudiarse más de dos horas a la semana para ser dominado y, obviamente, tengo que tratar de mantener o incluso mejorar mi nivel de euskera en la medida de lo posible. Y, de hecho, como habréis podido adivinar por el título de la entrada, ése es precisamente el tema que hoy nos atañe. Así, pongamos punto y final a esta entradilla y pasemos a lo que realmente nos importa: mis peripecias en el oscuro y tenebroso mundo del HABE.


En episodios anteriores ya os relaté y describí en qué consiste el HABE, así que me ahorraré las explicaciones extensas esta vez y, con objeto de refrescaros un poco la memoria, sólo os diré que es un sistema de titulación de euskera repartido en 4 niveles: HABE 1 (equivalente al B1 del sistema internacional), HABE 2 (B2 o First Certificate in English), HABE 3 (C1 o Certificate in Advanced English) y HABE 4 (C2 o Certificate of Proficiency in English). Como ya os dije en su día, en mi primer intento de sacarme alguna titulación, me presenté a los niveles HABE 2 y HABE 3 al mismo tiempo, pero sólo conseguí aprobar el primero; el HABE 3 se me resistió porque no conseguí hacer una redacción lo suficientemente buena. Tenía pendiente, por lo tanto, repetir el HABE 3 y recuperar el honor que perdí al suspenderlo la primera vez, y el 20 de octubre de 2012, una gris mañana de sábado, tuve la oportunidad de redimirme y volver a hacer el examen.

En realidad, pude haber hecho el examen justo antes del verano, pero entre que me sentía demasiado agobiado por la dichosa Selectividad y que creía que mi nivel no había mejorado lo suficiente desde mi último intento, decidí dejarlo para más tarde y prepararme debidamente para semejante prueba de aptitudes cuando tuviese un poco más de tiempo. De este modo, tras tomarme mi merecido descanso veraniego pos-bachillerato y poco antes de que el nuevo curso empezase, empecé a prepararme para volver a afrontar “el desafío vasco definitivo”. Si pensáis que no es para tanto, estudiaos el Nor-Nori-Nork en subjuntivo y los verbos sintéticos —conocidos en euskera como trinkoak— y luego, si eso, hablamos. Que si tan poca gente habla bien el euskera aún dentro del País Vasco, por algo es. (>:/)

Lo primero fue estudiar por mi cuenta. Mi profesora de euskera, antes del verano, me dio unas cuantas fichas de gramática para que practicase en casa, las cuales resultaron ser bastante más útiles de lo que me esperaba, la verdad. Os daría una explicación técnica, pero sin saber euskera sería difícil que lo entendieseis. Y seamos sinceros: bastante tenéis con lo vuestro como para querer que un idiota como yo venga ahora a daros clase. Pero centrémonos en la parte más importante y productiva de mi práctica: la lectura.

Os contaré una breve historia. Érase una vez un hombre llamado Iñaki Zabaleta, nacido en un pueblecito de Nafarroa —Navarra para los mortales— llamado Leitza. Zabaleta es, quizás, uno de los mayores exponentes modernos de lo que son los míticos, legendarios y ancestrales “cojones vascos” que, hoy en día, se conocen en todo Bilbao y una gran parte de sus afueras. Para los desconocedores de la geografía terrestre, las afueras de Bilbao son toda esa zona que se extiende entre el Ártico y el Antártico, los cuales son indudablemente patrimonio euskérico por ser los dos únicos lugares del mundo donde un bilbaíno puede sentirse medianamente fresquito sin tener la necesidad constante de ir en manga corta. Que es que al final parece que vayamos chuleándonos delante del resto de los mortales cuando lo único que pasa es que ponéis la calefacción demasiado alta, so frioleros.

Iñaki Zabaleta. Uno de esos hombres que, cuando te enteras de qué y cómo escriben, dices "con lo majo que era, siempre saludaba en el portal".
Este hombre, escritor y profesor de profesión (valga la redundancia parcial), hace ya más de 20 años, empezó a escribir su primer libro. Pero no sería un libro cualquiera, por supuesto: cuando un vasco escribe un libro (y con vasco me refiero a alguien con una bolsa escrotal que podría acarrear dos o tres sandías y todavía le sobraría espacio para guardar unas cuantas nectarinas de ésas que comen las abuelas y que hacen que se les pringuen todas y cada una de las flores que llevan estampadas en el vestido), ese libro está destinado a alcanzar el cielo. El escritor lo sabe, y lo comunica abiertamente, sin pudor ni modestia. Zabaleta, curiosamente, es un viejo amigo de Lorena, la bedel de mi antiguo instituto y, más curiosamente aún, ambos se conocieron mientras Zabaleta estaba escribiendo dicho libro. En resumidas cuentas, nada más conocerse, este hombre le dijo a Lorena que estaba escribiendo un libro y que, por si publicarlo fuese poco, aseguró que sería un exitazo de proporciones épicas.

Y no falló ni una, el tío.

110. Street-eko geltokia o, literalmente, La Parada de la Street 110 se publicó por primera vez en 1985-1986 y, desde entonces, ha tenido un éxito y aceptación arrolladores y más de 30 ediciones. Se ha actualizado en varias ocasiones para adaptarlo a los diferentes cambios que se han dado en la gramática vasca y que los nuevos lectores puedan disfrutar de él sin dificultad; se ha llevado al cine bajo el nombre de Menos que cero (una adaptación bastante libre, por lo que parece) y, debido a su calado social, Zabaleta escribió no hace mucho un pequeño epílogo para la historia, el cual se ha incluido en las ediciones más nuevas de la obra y he tenido la suerte de poder leer.

110. Street-eko geltokia es un libro complejo. El primer capítulo, por ejemplo, causa tanto atracción como rechazo: el vocabulario que utiliza nos puede hacer desconfiar, ya sea por su complejidad o por su manera de expresarse, pero también contribuye a no darnos ninguna clase de pista acerca del argumento que seguirá la obra, lo cual nos empuja a seguir leyendo y a descubrir por nosotros mismos qué es lo que ocurrirá a continuación. Y lo que nos encontramos en las siguientes páginas son dos tramas independientes y absolutamente opuestas que, no obstante, acaban estrechamente abrazadas: por un lado, la luz, el éxito empresarial en la Gran Manzana, el trabajo duro, el arte, la necesidad de innovar para llegar a esa meta que es el cielo; por el otro, la oscuridad, la cara más lúgubre y tenebrosa de Nueva York, donde el tráfico de drogas, las armas, los asesinatos, la prostitución y la extorsión se mezclan sin orden ni concierto hasta crear una subsociedad inestable, tóxica y peligrosa para aquellos que se encuentran al final de esa oxidada y podrida cadena alimenticia, haciendo que la meta del día a día de la gente sea, simplemente, seguir con vida. Las ediciones más nuevas del libro cuentan con un epílogo que, más que cerrar la historia, nos remite a las sensaciones que tuvimos tras leer el primer capítulo: la intriga, las dudas y las preguntas en el aire. La dificultad de comprensión que, una vez más, nos nubla la mente y nos hace querer buscar respuestas. Pero, en este caso, no las hay. Bazinga.

Portada de 110. Street-eko geltokia.
Personalmente, me siento incapaz de recomendar este libro, por el simple hecho de que no consigo imaginar a qué clase de personas debe de ir dirigido. Puede que sea para todo el mundo, o puede que tan solo una persona de cada diez o cien pueda apreciarlo como se merece por unas u otras razones; ni siquiera sé si yo mismo he podido disfrutarlo como es debido. 110. Street-eko geltokia es, sin embargo, un libro que merece ser leído, aunque sólo sea por comprobar cuánto puede uno llegar a disfrutar con él. Es una aventura, un reto a uno mismo y una labor impresionante por parte del autor, que ha sabido crear una obra excelente a la par que polémica y desquiciante.

Hace falta tenerlos muy bien puestos.

También hace falta tenerlos muy bien puestos para ir a darles una charla a una pandilla de pipiolos de catorce años y llevarte contigo una katana más grande que cualquiera de ellos. “¿Qué mente perversa haría algo semejante?”, os preguntaréis. Pues patada en la boca para vosotros, malditos: nadie que diga algo malo de Fernando Morillo en mi presencia se irá de rositas ni saldrá bien parado.

Fernando Morillo un día cualquiera. O eso quiero creer, al menos.
No es la primera vez que hablo del señor Morillo en este blog, pero su aparición fue, digamos, discreta, y eso es algo que tendré que solucionar en cuanto pueda. Por ahora, deciros que este escritor ha dado mucho que hablar desde que supimos de su existencia por primera vez. Su trayectoria no es muy larga aún, pero sus varios registros, su narrativa sencilla pero absorbente y sus interesantes (y ardientes, if you know what I mean) historias para jóvenes le han hecho merecedor de diversos premios y reconocimientos en más de un campo. Siempre ha estado muy interesado en apoyar la literatura en euskera, y por eso casi ninguno de sus libros ha sido traducido. ¡Pero, para regocijo de vuestras mercedes, el libro del que os voy a hablar hoy  que está en español! Aunque ignoro si la traducción será tan buena como el original, a pesar de que, según creo, la ha hecho él mismo. En fin.

El segundo y último libro que he leído para prepararme para el examen ha sido Leonardoren hegoak o Las alas de Leonardo, en español—, de Fernando Morillo, por supuesto. La historia nos habla de Haritz, un chico que está convencido de que ser joven es un trabajo dificilísimo. La vida en su casa tiende a ser pesada y agobiante, porque el amor que una vez hubo entre sus padres se ha marchitado con los años pero ellos se niegan a aceptarlo. Haritz, que se siente preso en su propia casa, tan solo tiene una vía de escape, un método infalible para evadirse y olvidarse de todos sus problemas: Florencia y, en especial, su tío Karlos: un hombre loco, genial y muy misterioso que vive allí; toda una figura paterna para Haritz. Florencia es una ciudad enorme, casi tanto como los misterios que oculta para aquellos que sepan encontrarlos. Y Haritz, afortunado, se da de bruces con el más grande de todas nada más aterrizar: su tío, que tendría que haber ido a buscarle al aeropuerto, está desaparecido e ilocalizable. Así da comienzo la mayor aventura de la vida de Haritz: secuestros, persecuciones, peleas y mafias, salteado con los problemas típicos de un adolescente con las hormonas en plena ebullición. Y todo ello siempre girando alrededor de un único eje: un tesoro oculto de Leonardo da Vinci (personaje recurrente en las obras de Morillo, por cierto), el cual le conducirá hasta la lección vital más bella y triste de todas.


Portada de Leonardoren hegoak.
Morillo se caracteriza por tener una escritura sencilla pero muy rica y variada: una combinación agradable a la par que instructiva para aquellos que estudiamos euskera. Los capítulos son cortos y la historia se lee por sí sola, ya que siempre podemos sacar un poco de tiempo para leernos un capítulo más y ese capítulo extra siempre nos dejará con ganas de leer el siguiente. Un círculo vicioso perfecto.

Dado que es un libro que vosotros mismos podéis catar seáis euskaldunas o no, dejaré que comprobéis por vuestra cuenta las virtudes de su narrativa. Quizás sintáis que es un libro infantil al saber que Haritz es, en realidad, muy joven, pero no debéis dejaros llevar por ello: una buena historia lo es siempre, tengamos nosotros diez, treinta o setenta años. Y, si os quedáis con ganas de más Morillo o queréis apostar por algo diferente, echadle un ojo a Gloria Mundi, su otro libro traducido, al cual yo estoy deseando hincarle el diente. A ver si me lo puedo agenciar en la biblioteca de mi antiguo instituto, que es una mina. Desde luego, sería una práctica perfecta para la segunda parte del HABE 3.

A estas alturas, puede que ya se os hubiera olvidado que todo esto venía a cuento de un examen cuya nota salía el día 16 de noviembre. Y, en fin, no es por darme aires, pero…



E voilà. Os recuerdo que ya hicisteis el chiste de “jaja, ¡gay!” la última vez, así que hacerlo de nuevo ahora ya no sería original; lo siento mucho por vosotros. Además, nótese que los simpatiquísimos señores del HABE me han dado por aprobadas la comprensión oral Entzumena— y la comprensión escrita —Irakurmena— sin haber hecho ningún examen que demuestre mi valía en dichos campos. Qué bien me conocéis, bribones, sabéis que los aprobados por la cara m’enamoran to’íco.

De hecho, el primer examen constaba tan solo de expresión escrita Idazmena—, lo cual, sinceramente, no me esperaba. La última vez que me presenté, como ya os dije, el examen constaba tanto de expresión como de comprensión escrita, y esta vez, como es natural, me había vuelto a preparar para ambas cosas. No es que me queje de librarme de la comprensión, por supuesto, pero es un cambio que me resulta muy raro.

Todo el examen, por lo tanto, consistía en hacer una redacción. Como siempre, se te ofrecen dos temas de los que hablar, y debes desarrollar uno de ellos en unas 300 palabras; tanto quedarse muy corto como pasarse mucho del límite son cosas que se penalizan, por supuesto. La elección de temas fue de todo salvo complicada. El primer tema era uno de estos asuntos sociales-políticos tan turbios que tanto les gusta poner en los exámenes a los que diseñan las pruebas de nivel de euskera (abertzales de mierda todos, os lo digo yo, y encima si no pones lo que quieren oír, te suspenden). Yo, como de estos temas no tengo ni sucia idea, lo mandé directamente al más apestoso rincón del Infierno y, por descarte, cogí el otro.

En la segunda opción, tenías que imaginarte que a uno de tus mejores amigos le conceden una beca para estudiar un año entero de su carrera en el extranjero. Dicho amigo, acojonaíco el pobre, te manda una carta, o un e-mail, o un telegrama cantado, o una lechuza de Hogwarts, o un mensaje por telégrafo en morse, o yo qué leches sé. El caso es que, a través de ello, te pide consejo: supuestamente, tú ya has estado un año estudiando en el extranjero y, por lo tanto, eres el más indicado de sus conocidos para aconsejarle. Mediante una estructura de carta (porque dan por supuesto que tú no sabes escribir en morse), debías contarle tu experiencia en el extranjero al amigo y acabar con un consejo positivo o negativo, instándole o bien a irse por ahí o bien a quedarse en su casita con mamá. No os aburriré con los detalles más técnicos: sólo os diré que conté que había estado en Florencia (culpa del señor Morillo) y que, por supuesto, le aconsejé que aceptase la beca. 304 palabras, si no recuerdo mal. Bien ajustadito, como esos tops rosa chillón que llevan las tías en las discotecas.

He de decir que, antes del examen, estaba tiritando de los nervios. No sé si alguna vez lo he contado pero, cada vez que me pongo nervioso, me empieza a doler el estómago cosa mala. Se me constriñen las tripas y siento que voy a echar la papilla en cualquier momento y sobre cualquier persona que tenga cerca. Pero ese día, en algún momento entre que llegué al BEC, pasé a la sala del examen y me senté en la mesa, todo aquello desapareció en un instante. Plof. Y ni rastro, como si nunca hubiese estado ahí. Cuando entregué la redacción me acordé de que, apenas hora y media antes, estaba retorciéndome de dolor, y no llegué a poder concretar en qué momento se me había pasado el malestar. Tal es el poder de la sugestión humana… o tal es mi incapacidad para concentrarme ni siquiera en cuantísimo me duele el cuerpo, no sé. Es mi cruz y mi salvación, supongo.

Por cierto, como detalle, hice todo el examen en hika —o segunda persona íntima— a pesar de no tener ni puñetera idea de cómo se usa ni haberlo estudiado en la vida, lo cual está considerado como algo bastante difícil o, qué leches, toda una proeza lingüística, que suena más grandilocuente y llena más la boca. ¿Por qué me arriesgué, entonces? Porque, como lo hagas bien, quedas de putísima madre. Eso sí, como falles se ríen en tu puta jeta y te mandan a pastar. Y, teniendo en cuenta que he aprobado, HE DE HABER TENIDO UNA SUERTE LOCA. BIBA IO.

Ahora, de nuevo, sólo queda esperar a diciembre para hacer la prueba oral. Mi buen amigo Mikel García vendrá a hacer el examen conmigo, y sería genial que nos tocase juntos; a fin de cuentas, ¿qué mejor compañero de conversación que un amigo de la infancia? Mientras dejo que los días pasen, seguiré haciendo lo posible por mejorar mi nivel de una forma u otra. Porque, sinceramente, lo necesitaré; hay correctores muy cabrones sueltos por el mundo. En fin, todo sea en pos de convertirme, finalmente, en todo un profesional del euskera.
Técnicamente, al menos.

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