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2017/02/16

Entrevista con el roquero - Cultura de bar: Conversaciones con Fito Cabrales

Como ya dije en su día, si algo me han enseñado las asignaturas de Periodismo que me obligan a estudiar en la universidad, amén del propio arte del periodismo, es a apreciar el valor de una conversación sincera y profunda. El periodista, por profesión, tiene en sus manos la oportunidad dorada de hacer preguntas que, a veces, hasta son respondidas. Esas preguntas pueden estar destinadas a, entre otras cosas, completar una noticia, complementar un reportaje o recabar información para una crónica. Pero no son esos géneros los que nos atañen. Humildemente, pienso que, si se hace bien, no hay género más bonito que la entrevista.

Pocas cosas hay más mágicas que una entrevista personal, pero, ojo: no toda sucesión de preguntas entra dentro de esta categoría. Una entrevista temática puede ser muy interesante, pero pierde mucho encanto. Es trabajo. Es rutina. Retorciendo una expresión típica de mis compañeros catalanes, “es mal”. Ir ahí a hablar de tu libro —perdonen la manida referencia— va bien para hacer negocio, pero carece del mismo nivel de intimidad que ofrecen las auténticas entrevistas personales. La expresión está muy mal vista hoy en día, pero ponerse frente a alguien y dejar que te cuente su vida es apasionante, siempre y cuando ambas partes se lo tomen en serio. No hace falta haber tenido una vida loca y apasionante; basta con hacer las preguntas correctas, ser honesto y no tener miedo a hablar demasiado. Siempre hay qué contar.

Pero todo eso son divagaciones, teorías, castillos en el aire. El que un amateur haya hecho dos entrevistas personales y ambas le hayan cautivado no demuestra nada; si acaso, que es fácilmente impresionable, o que el factor personal pesaba demasiado para dejarle pensar con claridad. Hay que mirar a auténticos periodistas, profesionales del sector, y leer sus trabajos para confirmar y desmentir nuestras sospechas. Y os diré algo: eso de tener razón por una vez sienta genial.

Las entrevistas que aparecen en la prensa, a fuerza de tener que ceñirse a la actualidad, están basadas en eventos: ahí tenemos El Hormiguero, donde los invitados van, en la mayoría de los casos, a hablar de su último proyecto, trabajo, o vaya usted a saber. Pero cuando te libras de los grilletes de la prensa y tienes libertad para hacer lo que quieras sin tener que rendirle cuentas a nadie ni justificar tu trabajo con un próximo lanzamiento, se te abren las puertas para excavar, pulir y lucir joyas que tus jefes jamás te habrían dado la oportunidad de salir a buscar. No sé si éste será un caso de frustración periodística, pero, desde luego, es un buen ejemplo de lo mucho que dichas joyas pueden llegar a brillar.

Con todos ustedes, Cultura de bar: Conversaciones con Fito Cabrales.

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