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2015/06/08

Ascenso desde la locura - Tanto que contar

Lo que tengo ahora mismo entre mis manos es lo que uno podría calificar de pieza de coleccionista: una primera edición firmada del primer libro de un escritor novel que, dentro de las limitadas posibilidades que su región, idioma y temática autobiográfica le ofrecen, ha conseguido un reconocimiento nada desdeñable en diferentes medios de comunicación y le ha valido a su autor varias entrevistas —entre ellas, una en el programa Faktoria de EiTBy charlas en toda una serie de escuelas, centros culturales y bibliotecas.
En ese sentido, esta entrada no tiene nada de especial, ya que no estoy hablando de nada de lo que no se haya hablado ya, por mucho que me duela no tener la exclusiva. No pretendo, por tanto, inventar la rueda, pero sí que aspiro a reinventarla. Soy el primero que se alegra de que un autor novato se convierta en el centro de atención por su brillante trabajo, pero no estoy de acuerdo con el enfoque que se le ha dado a este libro en los medios, y me gustaría aportar mi pequeño granito de arena para cambiar esa situación. Quisiera profundizar en lo que este libro es, en lo que fue concebido para ser, y no en lo que la llamada cultura popular —o, aún peor, la mercadotecnia dice que debería ser.

Siempre me he llevado mejor con los adultos que con la gente de mi edad; es lo que sucede cuando los adolescentes te dan miedo y tú eres uno de ellos, supongo. Razones y psique personal aparte, este hecho inapelable me ha llevado a conocer gente, digamos, con mundo y experiencia. La experiencia nace del drama, y el drama se basa en el conflicto: y, si bien es cierto que un niño de 13 años puede haber tenido una vida repleta de problemas personales —y éstos deben ser tan respetados como los de cualquier adulto—, es más probable que un hombre de 40 años haya pasado por muchas más penurias, aunque sea por simple cuestión de llevar más tiempo dando vueltas por este cruel mundo.
Si estudiar Doblaje durante un año me permitió conocer a un buen puñado de gente interesante que me doblaba la edad —el juego de palabras es intencionado—, mis casi diez años de Pintura no son para menos. Allí descubrí que, si bien, como en la química, ciertos elementos individuales, aparentemente inofensivos e incluso interesantes, pueden estallar cuando los juntas, también hay elementos que funcionan como bálsamo, como una especie de anticatalizador que equilibra la reacción y la vuelve más estable, por no decir que la detiene por completo, permitiéndonos apreciar lo que estudiar esos elementos individuales puede llegar a ofrecernos.
Mis inexistentes conocimientos de psicología no acompañan, pero creo que hace falta un tipo muy concreto de persona para conseguir ese efecto. Alguien capaz de provocar esa paz en el ambiente con su mera presencia debe tener ese sentimiento muy arraigado en sí mismo, y mi propia experiencia me dice que una persona sólo aprecia y guarda con celo aquello que le ha costado conseguir. No considero descabellado pensar que las personas capaces de relajar el ambiente con sólo formar parte de él son aquéllas que han tenido que luchar mucho para encontrar la paz interior, del mismo modo que las personas que apoyan incondicionalmente a sus amigos son también las que más problemas han tenido para encontrar a alguien que haga lo mismo por ellos. Mi lista de conocidos no es ni por asomo tan vasta como la de la mayoría de la gente que forma parte de ella —yo estaba dentro de ese vil y vergonzoso lumpenproletariat que tenía menos de 30 amigos en Tuenti—, pero creo que pocas personas de esa lista, por no decir ninguna, representan mejor ese sentimiento de paz que Berdaitz Juaristi.
Berdaitz Juaristi en la presentación del libro en la sala Barrainkua.
Conocí a Berdaitz por ser compañero mío en clases de Pintura, hace ya unos cuantos años. En la hostil ginecocracia en la que estaba y sigo estando sumergido, Berdaitz era mi luz al final del túnel, mi compañero de armas y, a la vez, el pacificador que evitaba que tuviéramos que llegar a usarlas. No aparecía, y sigue sin aparecer, tan a menudo como debería, pero siempre me alegró tenerle cerca, y creo que él tampoco estuvo nunca a disgusto conmigo, a pesar de la tremenda diferencia de edad entre ambos. Incluso cuando lo era, nunca me trató como a un niño —puede que él también sepa lo mal que sienta—, sino como a un igual, como un compañero, y lo que es más, como a un amigo. (Y si no lo hizo, no me di cuenta, desde luego.)
Pero hay quien dice que las mayores sonrisas esconden los mayores problemas. Desde luego, nadie se hubiera esperado que tras esa cara de amabilidad hubiese una historia semejante, pero la vida te da sorpresas y, sobre todo, te enseña a fingir para poder seguir sorprendiendo a la gente con la verdad. No es raro que alguien como yo, que le conoce desde hace relativamente poco, no sea capaz de vislumbrar un problema que lleva ahí desde que él tenía mi edad, pero cuando un amigo de toda la vida le dice “Berdaitz, tío, yo creí que te conocía”, empiezas a ver las cosas con perspectiva y a apreciar la magnitud de la carga que él ha llevado en silencio. Pero pocos son los silencios que quedan intactos, y Berdaitz rompió el suyo con una novela autobiográfica en la que relataba, por fin, todas esas cosas que, hasta entonces, siempre se había guardado para sí mismo. Siendo, como era, una mezcla entre confesión y desahogo personal, no es difícil imaginar por qué optó por un título como Tanto que contar.
Tanto que contar nos narra la historia de Unax, un bilbaíno de 34 años que vaga por la vida con un trastorno de personalidad con el que ya le resulta imposible lidiar. Tras años de terapia y de buscar nuevas maneras de reconciliarse consigo mismo sin éxito, Unax decide experimentar con el campo de las bioenergéticas, una serie de retiros en grupo en los que se utilizan técnicas de dudosa fiabilidad para dejar salir las emociones reprimidas.
Portada de Tanto que contar
Como se nos dice antes incluso de llegar al prólogo del libro, esta historia transcurre durante tres fugaces días de 2007, que narran la segunda bioenergética de Unax. Tras una experiencia aparentemente beneficiosa para él, aunque incompleta, nuestro protagonista decide que necesita asistir a otra bioenergética para conseguir desahogarse por completo y poder seguir así el camino hacia su felicidad personal, que lleva ya tantos años bloqueado. Su periplo empieza con un inocente viaje en coche compartido, donde conocerá a la mayoría de personajes que le acompañarán durante la bioenergética: Rosa, una mujer algo basta al hablar y sin pelos en la lengua; Inés, una inquebrantable mujer capaz de poner en su sitio a Unax cada vez que sus pensamientos toman rumbos peligrosos, y, por último, Judith, una preciosa psicóloga de Madrid que le roba el corazón a Unax a primera vista, convirtiéndose así en el hilo conductor de la historia y en la razón principal de los trastornos que Unax sufrirá durante su estancia en la bioenergética.
Y es que, lejos de querer hacer apología de los beneficios de esta terapia, Tanto que contar narra las dificultades de Unax para reconciliarse consigo mismo, la pérdida absoluta de fe en la bioenergética y en quienes la llevan a cabo, en los cuales confiaba tan ciegamente, y en el brutal descenso a la locura por el que tendrá que pasar por culpa de todas esas experiencias que describe con todo lujo de detalles. Unax narra, siempre en primera persona, cómo se siente en cada momento y cuál es el efecto que los ejercicios y las conversaciones con sus compañeros tienen en su psique, ya dañado de por sí tras años de aguantar una depresión constante. Todo esto, sumado a su nuevo y apasionado encaprichamiento con Judith, desembocarán en toda una serie de emociones y reacciones que, si bien en principio resultarían ilógicas para cualquier persona externa, son explicadas de tal forma que acaban creando líneas lógicas que podemos seguir a nuestro antojo, para llegar a una u otra conclusión.
Y es que, a pesar de no ser un libro muy largo, Tanto que contar nos invita a la reflexión prácticamente en cada página a través de un lenguaje complejo, pero no pesado: puede leerse con relativa fluidez, aunque nos cueste entender —o tratar de entender, al menos— qué es lo que el autor quiere decir con cada párrafo. Esto convierte al libro no sólo en una obra literaria, sino que le confiere también ciertos tintes casi filosóficos: a pesar de describir la situación de nuestro protagonista, se priva en ocasiones de decirlo todo directamente y nos da libertad para decidir cómo nos sentiríamos nosotros de estar en el lugar de Unax.
Es por eso que, erróneamente, la cultura popular, como la he denominado en el segundo párrafo de este artículo, ha tratado de convertir esta novela en una especie de libro de autoayuda para gente con desórdenes mentales. Si bien leer acerca de esta experiencia puede inspirarnos para hacer frente a nuestros demonios personales, ¿qué obra de hoy en día no envía también mensajes positivos a sus lectores, espectadores, oyentes o jugadores? Definir Tanto que contar como una especie de rayo de esperanza para gente con depresión es un gravísimo error que se ha cometido con demasiada libertad a la hora de hablar sobre el libro, ya que no pretende, ni pretendió jamás, ser nada más de lo que en realidad es: una novela. Autobiográfica, sí, pero una novela, al fin y al cabo.
Una de las muchas explicaciones de Juaristi acerca de su estado mental.
Pero volvamos al tema anterior. Si bien Tanto que contar hace un gran esfuerzo por mantener ese ritmo constante de reflexión, la falta de práctica del autor se vuelve en su contra a la larga. El principal defecto del peculiar estilo que adopta es el querer mantenerlo en absolutamente todas las líneas del libro, incluso en las que corresponden a los diálogos. Hasta aquellos personajes que son definidos como paletos de pueblo hablan a menudo como catedráticos de filología, con complejísimas frases y metáforas nada comunes en la lengua oral —ni en la escrita tampoco, para el caso—. Así, una de las primeras frases de Rosa, quien, como ya he mencionado, es descrita como vulgar y basta, dice así, y cito textualmente: “Consideremos que las polillas se refugian en la noche acomplejadas por su vulgaridad frente a la exquisitez de las mariposas”. Todo esto, mencionando el narrador inmediatamente después que Rosa ni siquiera entendía de qué trataba la conversación, lo cual reitera su aparente falta de luces, pero la sigue haciendo merecedora de una butaca en la mesa redonda de la RAE. Esta falta de realismo en el habla de algunos personajes priva al libro de poder afianzar del todo el tono general al que aspiraba, ya que rompe la ilusión de cultura del narrador al convertir a todo ser con boca en un orador ateniense.
Pero el problema va más allá de algo tan banal como estropear el ambiente de vez en cuando. En un intento de ser profundo y sonar culto, ciertos párrafos se vuelven confusos y retorcidos, y lo que inicialmente pretendía darles un bonito significado oculto acaba por quitarle cualquier significado que hubiera podido tener, porque, entre otras cosas, las frases quedan mal construidas.
Así, uno de los mayores defectos de la novela es que la escritura es muy mejorable a nivel técnico. Durante todo el texto, podemos apreciar una puntuación dudosa, imperativos mal construidos que se confunden con el infinitivo —'ir' en vez de 'id'—, gramática cuestionable e incluso algunos artículos y preposiciones erróneos o que brillan por su ausencia. A pesar de haber sido autopublicada, la novela fue corregida antes de ser impresa, y por una eminencia de la literatura vasca, nada menos; pero, sinceramente, no se nota.
Mucho más notorias y enriquecedoras son, por otro lado, el resto de aportaciones al manuscrito original del libro, el cual también tuve la oportunidad de leer en su día. Al margen del epílogo que el propio autor escribió, el cual no estaba en el texto original, también podemos encontrar un interesante prólogo escrito por el que fuera psicólogo de Juaristi durante años. En él, el doctor Claudio Maruottolo Sardella da una visión especializada del contenido del libro y de las razones que tuvo el autor para escribirlo; poner una experiencia como ésta en palabras y a disposición del público no busca revivir un trauma, sino el modo de superarlo, de mirarlo “desde la lejanía del otro lado”. Ambos añadidos pecan de hacer suya la idea ajena de querer convertir la novela en una especie de manual que sirva para ayudar a los enfermos mentales, aunque, al menos, no es la idea principal de ninguno de los dos textos. Además, cabe destacar que el epílogo habla de Unax, el protagonista, como si fuese una tercera persona en vez de la representación ficticia del autor. ¿Puede ser esto una metáfora para indicar que el hombre que hemos visto durante la novela ya no existe, o que no representa la condición actual del autor? Puede, pero eso queda a la interpretación de cada uno.
Puestos a hablar de aportaciones, no puedo dejar de mencionar a Raquel Rochas, ilustradora principal del libro e inagotable fuente de inspiración para todos sus alumnos, incluyéndonos, por supuesto, a Berdaitz y a mí, como tantas veces he mencionado ya en este mismo blog. Tres de las cuatro ilustraciones del libro, de una página completa cada una, fueron hechas por ella sin pedir nada a cambio, sólo por el amor que les profesa a todos sus alumnos —y, de nuevo, el juego de palabras es intencionado—, y fueron repartidas entre las 155 páginas del libro. Como tal, su nombre aparece en los agradecimientos al final del libro, al igual que el de todas las personas que han colaborado en la creación del mismo, además de padres, parejas sentimentales y amigos.
La única persona que no aparece, ya que todos se olvidaron de él dada su ínfima presencia, es un servidor. En efecto, si bien Rochas hizo tres de las ilustraciones del libro, yo tengo el honor de poder decir que la cuarta es mía. Lo único que salva a Berdaitz de mi rencor eterno es el hecho de que, al presentar el libro en la sala Barrainkua de Bilbao, tuvo el detalle de mencionarme con nombre y apellidos ante el enorme gentío que allí se congregó. Y, también, que, varios meses después, cuando por fin se dignó en dejarse ver otra vez, me escribió una preciosa dedicatoria en euskera y me lo firmó. Así, aunque mi copia ya esté algo ajada de tanto llevarla de un lado para otro en la mochila de la universidad, tiene un valor incalculable; si no monetario —aún—, sí sentimental.
"En la oscuridad de la noche, la luna suele ser el sol del día. «Tanto que contar» también tiene su luna particular. El libro te lleva en el corazón en la página 69. Muchas gracias, Gabriel,
Berdaitz" 
En definitiva, Tanto que contar es mucho más de lo que dice ser, o de lo que la gente pretende que sea. Si bien el libro ha sido vendido como una fuente de inspiración para que gente con problemas mentales vea esperanza donde antes no había nada, la historia que hay detrás es mucho más que eso: es la confesión sincera de una mente torturada durante años; son los pensamientos y recuerdos más íntimos de alguien que jamás pensó que llegaría a vivir lo suficiente como para contarlos. Todo queda reunido y ordenado en una novela que, si bien no está exenta de todos los fallos técnicos y literarios que un escritor novato puede cometer, resulta absorbente y sobrecogedora. La primera novela de Juaristi nos invita en cada párrafo a que reflexionemos sobre nuestra propia mente y nuestros actos, ya que a menudo nos veremos a nosotros mismos reflejados en el demente Unax, a la vez que nos enseña que hasta la más profunda oscuridad tiene siempre su luna que la ilumine.
No, creo que no voy a dejar pasar tan fácilmente eso de que te olvidases de mí. Más te vale que lo arregles en el siguiente libro.
Ficha técnica:
Título: Tanto que contar
Año: 2014
Autor: Berdaitz Juaristi
Nº de páginas: 155
Editorial: Bubok Publishing S.L.
Idioma: Español (Agradecimientos en euskera)
Idioma original: Español (Agradecimientos en euskera)
ISBN: 978-84-686-4995-5
Lo mejor:
-Sincero, reflexivo y muy bien pensado. Es muy sencillo ponerse en la piel del protagonista y plantearse las mismas dudas que se plantea él.
-El lenguaje es muy complejo, pero, en la mayoría de casos, se hace sorprendentemente sencillo de digerir.
-Aunque no sea su objetivo principal, sí, puede serle de ayuda a la gente que esté pasando por una situación similar.
-¡He colaborado yo!

Lo peor:
-Muchos fallos técnicos en la escritura.
-Debido al rebuscado lenguaje, algunas partes pueden hacerse lentas y difíciles de leer, por no decir que están simplemente mal redactadas y que no tienen sentido.
-Que te dejes llevar por el hecho de que se ha promocionado más como libro de autoayuda que como novela y no le des una oportunidad.
-No se me ha mencionado en los agradecimientos.


Nota: 7

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