Hay una perorata que mi profesora de Pintura me repite cada vez que surge la oportunidad –y, si no surge, ella misma se las apaña para sacarla a relucir–. Cambia cada vez y, por tanto, es difícil determinar con exactitud las palabras concretas que ella usa, pero vendría a ser algo así: “Gabriel, en esta vida hay que tener amigos hasta en el Infierno. Nunca sabes qué puede ocurrirte o dónde puedes acabar, así que conoce tanta gente como puedas, pues un día podrían darte de comer”.
Lo admito: soy joven, inexperto y, de momento, he vivido poco. También podríamos usar “imberbe” (preciosa palabra, por cierto), pero solamente en uno de sus sentidos, me temo, ya que mi vello facial comienza ya a ser más que abundante. En cualquier caso, y a pesar de que entiendo lo que mi profesora me quiere decir, aún no debo valerme por mí mismo y, por tanto, no lo he sentido en mis propias carnes. Todo llegará, estoy seguro, pero, por ahora, sólo puedo tratar de mentalizarme y afianzar esa idea en mi cabeza, pues, por el momento, para mí, un “contacto” no es más que un amigo.