En episodios anteriores ya os relaté y describí en qué consiste el HABE,
así que me ahorraré las explicaciones extensas esta vez y, con objeto de refrescaros un poco la
memoria, sólo os diré que es un sistema de titulación de euskera repartido en 4
niveles: HABE 1 (equivalente al B1 del sistema internacional), HABE 2 (B2 o
First Certificate in English), HABE 3 (C1 o Certificate in Advanced English) y
HABE 4 (C2 o Certificate of Proficiency in English). Como ya os dije en su día, en mi
primer intento de sacarme alguna titulación, me presenté a los niveles HABE 2 y
HABE 3 al mismo tiempo, pero sólo conseguí aprobar el primero; el HABE 3 se me resistió porque no conseguí hacer una redacción lo suficientemente buena. Tenía pendiente, por lo tanto,
repetir el HABE 3 y recuperar el honor que perdí al suspenderlo la primera vez,
y el 20 de octubre de 2012, una gris mañana de sábado, tuve la oportunidad de redimirme y
volver a hacer el examen.
En realidad, pude
haber hecho el examen justo antes del verano, pero entre que me sentía
demasiado agobiado por la dichosa Selectividad y que creía que mi nivel no había
mejorado lo suficiente desde mi último intento, decidí dejarlo para más tarde y
prepararme debidamente para semejante prueba de aptitudes cuando tuviese un
poco más de tiempo. De este modo, tras tomarme mi merecido descanso veraniego
pos-bachillerato y poco antes de que el nuevo curso empezase, empecé a
prepararme para volver a afrontar “el desafío vasco definitivo”. Si pensáis que
no es para tanto, estudiaos el Nor-Nori-Nork en subjuntivo y los verbos
sintéticos —conocidos en euskera como trinkoak— y luego, si eso, hablamos. Que si tan poca gente habla bien el euskera
aún dentro del País Vasco, por algo es. (>:/)
Lo primero fue estudiar por mi cuenta. Mi profesora de euskera, antes del verano, me dio unas cuantas fichas de gramática para
que practicase en casa, las cuales resultaron ser bastante más útiles de lo que me esperaba, la verdad. Os
daría una explicación técnica, pero sin saber euskera sería difícil que lo
entendieseis. Y seamos sinceros: bastante tenéis con lo vuestro como para
querer que un idiota como yo venga ahora a daros clase. Pero centrémonos en la parte más importante y productiva de mi práctica: la lectura.
Os contaré una
breve historia. Érase una vez un hombre llamado Iñaki Zabaleta, nacido en un
pueblecito de Nafarroa —Navarra para los mortales— llamado Leitza. Zabaleta es, quizás, uno de los mayores
exponentes modernos de lo que son los míticos, legendarios y ancestrales
“cojones vascos” que, hoy en día, se conocen en todo Bilbao y una gran parte de
sus afueras. Para los desconocedores de la geografía terrestre, las afueras de
Bilbao son toda esa zona que se extiende entre el Ártico y el Antártico, los cuales son
indudablemente patrimonio euskérico por ser los dos únicos lugares del mundo donde
un bilbaíno puede sentirse medianamente fresquito sin tener la necesidad
constante de ir en manga corta. Que es que al final parece que vayamos
chuleándonos delante del resto de los mortales cuando lo único que pasa es que
ponéis la calefacción demasiado alta, so frioleros.
Iñaki Zabaleta. Uno de esos hombres que, cuando te enteras de qué y cómo escriben, dices "con lo majo que era, siempre saludaba en el portal". |
Y no falló ni una,
el tío.
110. Street-eko geltokia —o, literalmente, La Parada de la Street 110— se publicó por primera vez en 1985-1986
y, desde entonces, ha tenido un éxito y aceptación arrolladores y más de 30 ediciones. Se ha actualizado en varias
ocasiones para adaptarlo a los diferentes cambios que se han dado en la
gramática vasca y que los nuevos lectores puedan disfrutar de él sin
dificultad; se ha llevado al cine bajo el nombre de Menos que cero (una
adaptación bastante libre, por lo que parece) y, debido a su calado social, Zabaleta
escribió no hace mucho un pequeño epílogo para la historia, el cual se ha
incluido en las ediciones más nuevas de la obra y he tenido la suerte
de poder leer.
110. Street-eko geltokia es un libro complejo. El primer capítulo, por
ejemplo, causa tanto atracción como rechazo: el vocabulario que utiliza nos
puede hacer desconfiar, ya sea por su complejidad o por su manera de
expresarse, pero también contribuye a no darnos ninguna clase de pista acerca
del argumento que seguirá la obra, lo cual nos empuja a seguir leyendo y a descubrir por nosotros mismos qué es lo que ocurrirá a continuación. Y lo que
nos encontramos en las siguientes páginas son dos tramas independientes y
absolutamente opuestas que, no obstante, acaban estrechamente abrazadas: por un
lado, la luz, el éxito empresarial en la Gran Manzana, el trabajo duro, el
arte, la necesidad de innovar para llegar a esa meta que es el cielo; por el
otro, la oscuridad, la cara más lúgubre y tenebrosa de Nueva York, donde el
tráfico de drogas, las armas, los asesinatos, la prostitución y la extorsión se
mezclan sin orden ni concierto hasta crear una subsociedad inestable, tóxica y
peligrosa para aquellos que se encuentran al final de esa oxidada y podrida
cadena alimenticia, haciendo que la meta del día a día de la gente sea,
simplemente, seguir con vida. Las ediciones más nuevas del libro cuentan con un
epílogo que, más que cerrar la historia, nos remite a las sensaciones que
tuvimos tras leer el primer capítulo: la intriga, las dudas y las preguntas en
el aire. La dificultad de comprensión que, una vez más, nos nubla la mente y
nos hace querer buscar respuestas. Pero, en este caso, no las hay. Bazinga.
Portada de 110. Street-eko geltokia. |
Hace falta
tenerlos muy bien puestos.
También hace
falta tenerlos muy bien puestos para ir a darles una charla a una pandilla de
pipiolos de catorce años y llevarte contigo una katana más grande que cualquiera de
ellos. “¿Qué mente perversa haría algo semejante?”, os preguntaréis. Pues
patada en la boca para vosotros, malditos: nadie que diga algo malo de Fernando Morillo en
mi presencia se irá de rositas ni saldrá bien parado.
Fernando Morillo un día cualquiera. O eso quiero creer, al menos. |
El segundo y
último libro que he leído para prepararme para el examen ha sido Leonardoren hegoak —o Las alas de Leonardo, en español—, de Fernando Morillo, por supuesto. La
historia nos habla de Haritz, un chico que está convencido de que ser
joven es un trabajo dificilísimo. La vida en su casa tiende a ser pesada y
agobiante, porque el amor que una vez hubo entre sus padres se ha marchitado
con los años pero ellos se niegan a aceptarlo. Haritz, que se siente preso en
su propia casa, tan solo tiene una vía de escape, un método infalible para
evadirse y olvidarse de todos sus problemas: Florencia y, en especial, su tío
Karlos: un hombre loco, genial y muy misterioso que vive allí; toda una figura
paterna para Haritz. Florencia es una ciudad enorme, casi tanto como los
misterios que oculta para aquellos que sepan encontrarlos. Y
Haritz, afortunado, se da de bruces con el más grande de todas nada más
aterrizar: su tío, que tendría que haber ido a buscarle al aeropuerto, está desaparecido e
ilocalizable. Así da comienzo la mayor aventura de la vida de Haritz: secuestros,
persecuciones, peleas y mafias, salteado con los problemas típicos de un
adolescente con las hormonas en plena ebullición. Y todo ello siempre girando
alrededor de un único eje: un tesoro oculto de Leonardo da Vinci (personaje
recurrente en las obras de Morillo, por cierto), el cual le conducirá hasta la lección vital más bella y
triste de todas.
Portada de Leonardoren hegoak. |
Morillo se
caracteriza por tener una escritura sencilla pero muy rica y variada: una
combinación agradable a la par que instructiva para aquellos que estudiamos
euskera. Los capítulos son cortos y la historia se lee por sí sola, ya que
siempre podemos sacar un poco de tiempo para leernos un capítulo más y ese capítulo
extra siempre nos dejará con ganas de leer el siguiente. Un círculo vicioso
perfecto.
Dado que es un
libro que vosotros mismos podéis catar seáis euskaldunas o no, dejaré que comprobéis
por vuestra cuenta las virtudes de su narrativa. Quizás sintáis que es un libro
infantil al saber que Haritz es, en realidad, muy joven, pero no debéis dejaros
llevar por ello: una buena historia lo es siempre, tengamos nosotros diez,
treinta o setenta años. Y, si os quedáis con ganas de más Morillo o queréis apostar por
algo diferente, echadle un ojo a Gloria
Mundi, su otro libro traducido, al cual yo estoy deseando hincarle el diente.
A ver si me lo puedo agenciar en la biblioteca de mi antiguo instituto, que es
una mina. Desde luego, sería una práctica perfecta para la segunda parte del
HABE 3.
A estas alturas,
puede que ya se os hubiera olvidado que todo esto venía a cuento de un examen
cuya nota salía el día 16 de noviembre. Y, en fin, no es por darme aires, pero…
E voilà. Os recuerdo que
ya hicisteis el chiste de “jaja, ¡gay!” la última vez, así que hacerlo de nuevo
ahora ya no sería original; lo siento mucho por vosotros. Además, nótese que los
simpatiquísimos señores del HABE me han dado por aprobadas la comprensión oral —Entzumena— y la comprensión escrita —Irakurmena— sin haber hecho ningún examen que
demuestre mi valía en dichos campos. Qué bien me conocéis, bribones, sabéis que
los aprobados por la cara m’enamoran to’íco.
De hecho, el primer examen constaba tan solo de expresión escrita —Idazmena—, lo
cual, sinceramente, no me esperaba. La última vez que me presenté, como ya os
dije, el examen constaba tanto de expresión como de comprensión escrita, y esta vez, como es natural, me
había vuelto a preparar para ambas cosas. No es que me queje de librarme de la
comprensión, por supuesto, pero es un cambio que me resulta muy raro.
Todo el examen, por lo tanto, consistía en hacer una redacción. Como
siempre, se te ofrecen dos temas de los que hablar, y debes desarrollar uno de
ellos en unas 300 palabras; tanto quedarse muy corto como pasarse mucho del
límite son cosas que se penalizan, por supuesto. La elección de temas fue de todo
salvo complicada. El primer tema era uno de estos asuntos sociales-políticos tan
turbios que tanto les gusta poner en los exámenes a los que diseñan las pruebas de nivel de euskera (abertzales de mierda todos, os lo digo yo, y encima si no pones lo que quieren oír, te suspenden). Yo, como de
estos temas no tengo ni sucia idea, lo mandé directamente al más apestoso
rincón del Infierno y, por descarte, cogí el otro.
En la segunda opción, tenías que imaginarte que a uno de tus mejores amigos le conceden una beca para estudiar un año entero de su carrera en el extranjero.
Dicho amigo, acojonaíco el pobre, te manda una carta, o un e-mail, o un telegrama
cantado, o una lechuza de Hogwarts, o un mensaje por telégrafo en morse, o yo qué leches sé. El caso es que, a través
de ello, te pide consejo: supuestamente, tú ya has estado un año estudiando en
el extranjero y, por lo tanto, eres el más indicado de sus conocidos para aconsejarle.
Mediante una estructura de carta (porque dan por supuesto que tú no sabes escribir en morse), debías contarle tu experiencia en el extranjero al amigo y
acabar con un consejo positivo o negativo, instándole o bien a irse por ahí o bien
a quedarse en su casita con mamá. No os aburriré con los detalles más técnicos: sólo os
diré que conté que había estado en Florencia (culpa del señor Morillo) y que,
por supuesto, le aconsejé que aceptase la beca. 304 palabras, si no recuerdo
mal. Bien ajustadito, como esos tops rosa chillón que llevan las tías en las discotecas.
He de decir que, antes del examen, estaba tiritando de los nervios. No sé
si alguna vez lo he contado pero, cada vez que me pongo nervioso, me empieza a
doler el estómago cosa mala. Se me constriñen las tripas y siento que voy a
echar la papilla en cualquier momento y sobre cualquier persona que tenga cerca. Pero ese día,
en algún momento entre que llegué al BEC, pasé a la sala del examen y me senté
en la mesa, todo aquello desapareció en un instante. Plof. Y ni rastro, como si
nunca hubiese estado ahí. Cuando entregué la redacción me acordé de que,
apenas hora y media antes, estaba retorciéndome de dolor, y no llegué a poder
concretar en qué momento se me había pasado el malestar. Tal es el poder de la
sugestión humana… o tal es mi incapacidad para concentrarme ni siquiera en
cuantísimo me duele el cuerpo, no sé. Es mi cruz y mi salvación, supongo.
Por cierto, como detalle, hice todo el examen en hika —o segunda persona íntima— a pesar de no tener ni puñetera
idea de cómo se usa ni haberlo estudiado en la vida, lo cual está considerado
como algo bastante difícil o, qué leches, toda una proeza lingüística, que suena más grandilocuente y llena más la boca. ¿Por qué me arriesgué, entonces? Porque, como lo hagas bien, quedas de putísima
madre. Eso sí, como falles se ríen en tu puta jeta y te mandan a pastar. Y, teniendo
en cuenta que he aprobado, HE DE HABER TENIDO UNA SUERTE LOCA. BIBA IO.
Ahora, de nuevo, sólo queda esperar a diciembre para hacer la prueba oral. Mi buen amigo Mikel García
vendrá a hacer el examen conmigo, y sería genial que nos tocase juntos;
a fin de cuentas, ¿qué mejor compañero de conversación que un amigo de la
infancia? Mientras dejo que los días pasen, seguiré haciendo lo posible por
mejorar mi nivel de una forma u otra. Porque, sinceramente, lo necesitaré; hay
correctores muy cabrones sueltos por el mundo. En fin, todo sea en pos de convertirme, finalmente, en todo un profesional
del euskera.
Técnicamente, al menos.
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