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2012/11/14

Rodeado de catalanes (1ª parte)


¡Qué bien sienta viajar, señores! Gente fantástica, nuevos ambientes, diferentes modos de vida y experiencias inesperadas te asaltan a cada paso, a cada esquina, casi a cada segundo. Mentiría si dijese que todas las experiencias son buenas, pero toda aventura tiene sus altos y sus bajos, y los malos momentos no son más que un aliño que eleva los buenos ratos a la categoría de inolvidables. Cuando estás lejos de tu hogar, todo adquiere un tinte mágico y las cosas más cotidianas se vuelven emocionantes, sobre todo cuando viajas solo (independientemente de que vayas a reunirte con alguien en tu lugar de destino o no). Hasta hace una semana, más o menos, yo siempre había viajado con mis padres o con la escuela y, por lo tanto, debía ceñirme a sus gustos y exigencias: mi madre, por ejemplo, sólo quiere ir a la playa de vacaciones, y eso siempre limita bastante mis posibilidades. Pero, una vez cumplida la mayoría de edad y siendo libre como un pajarillo o como un cliente de Amena, cogí mis ahorros, me busqué una buena excusa y fecha para poder volar del nido y me embarqué en mi primera aventura en solitario, como si de un spin-off de mi propia vida se tratase. Así, tras dos o tres años de asedio continuo por parte de mi querida Moni, mi hermanita Mery, y demás gente que se fue sumando a la causa con el tiempo, decidí darles a todos mis fans amigos un gustazo y, por fin, emprendí el viaje hacia la ciudad condal de la que tantas veces había oído hablar, esperando no encontrarme con ninguna chica mona que me dejase por un rastafari incapaz siquiera de cantar un blues. …Eta Siniestro Total entzuteari utzi beharko nioke idazten nabilen bitartean.

Lo que os voy a relatar es una historia de aventuras, alegrías y frustraciones, encuentros esperados e inesperados, un pésimo transporte público, una preocupante falta de croquetas y, qué demonios, romance, que tuve mucho amor bilbaíno que repartir entre tanto catalán. Como siempre, no sé cuánto ocupará todo lo que tengo que contar, así que será mejor darse prisa y empezar lo antes posible. ¡Bienvenidos a #MigaEnBCN!

Todo comenzó hace cosa de un mes. Los continuos esfuerzos de Monimena, mi compañera de blog, para que fuese a visitarla a su ciudad, Barcelona, seguían tan activos como siempre, pero yo no encontraba el momento de dignarme a satisfacer sus deseos de una vez por todas. Puede que por el hecho de que la gente acaba pasando de mí a los cinco minutos de tenerme delante y no quería perder a los que durante tanto tiempo habían sido mis amigos, o puede que por no querer romper el mito que es mi existencia y poder seguir haciendo creer a la gente que miento cuando digo que soy pelirrojo natural. Sea como fuere, lo que era innegable es que yo también estaba ansioso por verla a ella por fin. No sólo a ella, por supuesto, pero a fin de cuentas ella fue la primera que me propuso que la visitase y es la que se lleva el mérito. Monipunto para ella.

Fue entonces cuando Moni me avisó de que, en breves, el Salón del Manga pasaría por Barcelona: uno de los acontecimientos otaku más grandes e importantes del país, a diferencia de la pequeñita y bastante poco emocionante Feria del Cómic de Getxo, la única convención del estilo a la que yo había podido asistir hasta el momento. Aprovechando que el Salón caía en “puente” (vamos, que era fiesta el jueves y simplemente no iría a clase de Pintura el viernes), decidí probar suerte y tratar de ir para allá. Tras recibir la aprobación por parte de mis padres (¡hecho histórico e irrepetible!), Moni y yo nos encontramos con un serio problema: tenía permiso para ir, sí, pero no tenía dónde quedarme. Su casa estaría ocupada, y ninguno de los amigos con los que estaba organizando el viaje podía cederme una cama, ni un simple sofá siquiera. Moni quería que me alojase en casa de un amigo suyo al que yo ni siquiera conocía, pero ni él ni yo parecíamos demasiado por la labor: es normal que él no quisiera alojar a alguien que no conoce, y a mí me hubiera dado muchísimo corte meterme en casa de un desconocido por la cara. Cuando ya pensaba que tendría que instalarme en algún puente acogedor de los alrededores, como caído del cielo, alguien que nunca me hubiera esperado hizo acto de presencia y salvó mi viaje. Chris, más conocido como Devon, mi viejo amigo de ESPAL y en el que ninguno de nosotros había pensado (de hecho, yo ni siquiera sabía de dónde era), me dijo que él tenía espacio de sobra en su casa y que no tenía inconveniente en alojarme, siempre y cuando no me importase que viviese lejos del centro, en Igualada. ¡Cómo imaginar que esa distancia acabaría trayéndonos tantos quebraderos de cabeza! Pero bueno, eso lo contaremos un poco más adelante.

No os aburriré con temas de trámites de viajes porque ni es algo que controle, ni quiero acordarme de aquella odisea, ni quiero hacerle publicidad gratuita a nadie. Por resumir, diré que conseguí un viaje de ida el 1 de noviembre, vuelta el 5 y todo por 60 euros. Una ganga, vaya, teniendo en cuenta que las fechas me coincidían a la perfección y que saliendo un día antes o volviendo un día después el precio superaba los 100 euros. Así, esperé pacientemente hasta la noche anterior al viaje, puse varias mudas de ropa y algún cacharro extra en una mochilita que tenía en casa y, atacado de los nervios, me preparé mentalmente para emprender mi primer viaje en solitario.

Mi padre me acompañó hasta el chequeo del aeropuerto donde, curiosamente, me hicieron pasar el ordenador en una cajita aparte. No sé qué demonios puede llegar a esconderse dentro de un portátil, pero si son tan exigentes, debe ser porque algún listo ya ha traficado de esa manera. Sin más problemas que el de recolocar la mochila tras sacar el portátil, curioseé un rato por el aeropuerto para hacer tiempo: eché un vistazo a las tiendas y ojeé una librería cercana. Como pensamiento libre, siempre me ha parecido curioso que haya tiendas de perfumes y similares en los aeropuertos, pero si siguen ahí es porque venden, aunque no llegue a imaginar por qué. Además, en la librería vi varios libros de Canción de Hielo y Fuego, bastante bien expuestos y muy a la vista, si sabéis a lo que me refiero. Se ve que la serie de televisión ha tenido un impacto considerable y, como siempre, quieren sacar tajada de ello.

(Pandilla de cabronazos con visión comercial. De qué iba a estar yo aquí, escribiendo en un blog de mierda que solamente leo yo, estudiando cosas inútiles y currando sin ver un duro, si supiese venderme así de bien. Menuda vidorra iba a pegarme.)

Tras pasarme mucho más tiempo del debido en la inmensa cola de entrada al avión, por fin pasé adentro y encontré un huequecito libre en la última fila, al lado del pasillo. A mi lado se sentaba un hombre de unos 40 años que iba a Barcelona con su mujer y sus hijos a pasar allí unos días y, de paso, ver jugar al Barça. Y, como es normal en mí cuando me monto en un avión, empecé a hablar con él por pura inercia. Siempre me resulta interesante hablar con gente que no conozco acerca de sus experiencias, porque nunca sabes qué llegarás a oír. Sea un tema de conversación emocionante o no, suelo disfrutar oyendo todo lo que la gente tenga que contarme. En este caso, el hombre me contaba que él ya estuvo en Barcelona cuando se casó, de luna de miel, y que en el avión le sirvieron comida y bebida sin recargo alguno. Se quejaba de que ahora te cobran por todo y que, además, no son precios precisamente asequibles. Por mi parte, yo le conté que era mi primera vez en Barcelona y que nunca había viajado solo, así que estaba atacado de los nervios. Él me confesó que tampoco estaba precisamente tranquilo: los viajes en avión le aterran y lo pasa muy mal, pero era capaz de soportarlo porque es lo mejor y lo más asequible, y por sus hijos, que si no tendrían que tirarse de 6 a 8 horas metidos en un coche o un autobús. Un gran padre, sí señor. Mis felicitaciones desde aquí, aunque ni siquiera sé su nombre. Un pequeño héroe anónimo, cotidiano, de ésos que tanta falta le hacen al mundo.

Salí del avión con él y con su familia y, siguiendo esos enormes y abrumadores carteles de “Sortida” repartidos por los pasillos, nos guiamos como pudimos dentro de ese gigantesco aeropuerto hasta la salida. Me adelanté un poco porque ellos se fueron en otra dirección imagino que a recoger sus maletas y salí finalmente de la zona reservada a los pasajeros. Allí, justo en la salida, cinco personas con pancartas de cartón miraban atentamente a la puerta, esperando a que una cabellera pelirroja que llegaba en un vuelo tardío hiciese finalmente acto de presencia.

“The Game <3”, “Wololo”, “We’re not dropplets in the ocean”, “Bienvingut” o “Nii-chan” son sólo algunos de los mensajes con los que Moni, Mery, Chris, Marc y Nick me recibieron en el aeropuerto —y, qué decir, la gente les miraba raro—. Y yo, que soy vasco y tengo mucho amor que dar y devolver, les di a todos un fuerte abrazo en cuanto les tuve cerca… y un cabezazo de regalo a Nick. No estaba planeado de antes, pero fue una interesante improvisación y una bonita sorpresa. Desde luego, a mí me pareció todo un éxito.

Con la mochila al hombro y en ristre la Coca-cola fresquita que mi hermana me trajo (la mejor que haya probado en mi vida), los seis terminamos de saludarnos y, ttapa-ttapa, noski —ezin gehiagorik eskatu bartzelonarrei, azken finean; zekenak dira baita ibiltzeko ere, nos dirigimos al… ¿tren? ¿Ferrocarril? ¿RENFE? Alguna clase de transporte público formado por raíles y vagones, vaya. Un trayecto corto y, he de admitirlo, muy cómodo: los asientos eran geniales. Ia-ia Stitch bezain harroak. (*^*)

En principio, yo no tenía ni idea de adonde íbamos: me dejaba guiar y aceptaba las explicaciones de mis condales amigos con una sonrisa inquietante y un leve movimiento de cabeza. El bueno de Marc se armó de paciencia y, durante el trayecto, me explicó que nos dirigíamos a su casa, donde pasaríamos el día ya que su familia no estaba. Cabe recalcar que era la hora de comer y que los rugidos de nuestros estómagos se extendían por todo el tren, así que la idea de ir por fin a llenar la panza era más que tentadora.

Aunque lo de “por fin” es un decir.

Llegamos con bastante rapidez hasta la parada de Sants, que está justo al lado de la casa de Marc. Cabe decir que, aunque por la zona no haya “nada”, vive enfrente de un parquecito muy majo donde los críos juegan hasta tarde y los viejos llevan a sus respectivos canes para que abonen el duro y de por sí poco fértil cemento. Me sentía totalmente como en casa.

Yo es que no sé para que viajo, si en el fondo todo es igual.

Marc nos abrió las puertas de su casa y me dejó amablemente que curiosease un poco. Un recibidor que se tuerce a la derecha y da paso a la cocina, una gran sala de estar-comedor, el baño y los cuartos; las principales estancias de la casa, vaya. No es increíblemente grande, pero eso le da encanto y facilita la limpieza. Salvo cuando quieres meter a seis personas en una sola cocina, claro está.

En efecto, por mucha hambre que tuviésemos, para comer hace falta hacer la comida. “¡Vamos a comer fajitas!”, me dijo Moni con ilusión. Me sentí bastante mal por no poder compartir su emoción, pero es que yo nunca las había probado y no me sale del alma alegrarme por algo cuando no lo conozco. Y más cuando me esperaba llegar y encontrarme con croquetas ya preparadas y listas para comer. Pero el destino es cruel, y le gusta ponerme las cosas difíciles. He empezado a comprender que, al menos para mí, las croquetas son un maná, un premio por mis victorias, una muestra de poder y superioridad que me ayuda a regodearme en la crapulencia de mis éxitos: hablando en plata, las croquetas he de ganármelas. Pero, si satisfacer el deseo de conocerme que seis personas albergaban desde hace ya casi 4 años no es suficiente para ganarme un plato de manjar divino, ¿qué más puedo hacer? ¿Irme a África a cuidar a leprosos? ¿Donar mi pelo a la ciencia? Mi generosidad tiene un límite, y más ahora que me he catalanizado. Ya lo decía mi amigo Kalex, también catalán: “malditos agarrados que somos, mira qué puta mierda de botella de agua les han puesto a los de la conferencia”. Pero ésa es otra historia, y se ha de contar en el momento justo.

Como padezco el terrible y ciertamente desquiciante síndrome de la torpeza crónica, dejé que la gente que sabe hiciese lo más difícil mientras yo me dedicaba a estorbar al personal, que es para lo que Dios me puso en el mundo y mi auténtico cometido en esta vida. Y mientras, Nick cocinaba. Y cómo cocinaba, si es que daba gusto verle. Ay, Nick, lo bien que lo hubiésemos pasado tú y yo si fueses mujer. Menudo desperdicio. Si es que Dios le da el cromosoma Y a quien no se lo merece… Y si ya daba gusto verle cocinar, imaginad el gusto de probar su comida. Pa’ comérselo a él después sólo por comprobar si sabe tan bien como lo que prepara. Lo que hubiera dado por probar unas croquetas hechas por esas manos. Ay. Si al menos tuvieses la decencia de verte Tengen Toppa - Gurren Lagann de una santa vez y dejases de ser un maldito pecador de la pradera

Pero no sólo nos dedicamos a cocinar y a sentir cómo nos engordaba el trasero mientras engullíamos fajitas sentados en la mesa del salón-comedor de Marc, no. También sentíamos cómo nos engordaba el trasero sentados en la cama del cuarto de Marc mientras cantábamos canciones de Digimon y veíamos vídeos en YouTube sin orden ni concierto. Y hablando de concierto, Moni y yo preparamos nuestra actuación para el Salón del Manga aquel mismo día. En unos… 5 minutos, si es que llegó. Una planificación meticulosa y cuidada al milímetro, como podréis comprobar. Pero es que a esta chica no se le puede pedir más atención: está a demasiadas cosas a la vez como para centrarse solamente en una. Es su virtud y su defecto. …Pero la sigo queriendo un montonazo a pesar de todo, ¿de acuerdo? ¿Ha quedado claro? ¿Cristalino? Perfecto. (;u; )

Para acabar el día, nos dedicamos a hacer un dulce típico de Cataluña, los “panellets”, si es que no lo he escrito mal. Es una especie de mazapán al que a veces se recubre de frutos secos y otras veces se le añade coco rallado a la masa. Desconozco si hay más variantes, pero el caso es que su preparación es toda una ciencia. Cada tipo de panellet tiene su forma concreta: redondos, alargados (hasta ahora parece que esté hablando de croquetas), o con forma de… volcán, digamos: una base plana que se deja en pico por arriba. Hay cosas en esta vida que no se pueden definir con simples palabras, así que os dejo una imagen del producto en cuestión.

Los famosos panellets.
Cuando terminamos de hacer los dichosos panellets cabe decir que yo hice los de coco junto a Mery y se notaba A LA LEGUA cuáles habían sido hechos por un imponente y francamente atractivo bilbaíno y cuáles habían nacido de las delicadas y tacañas manos de una bellísima catalana, nos los repartimos entre todos de manera equitativa, le tomamos prestados unos tuppers a Marc de los cuales no volvería a saber nada hasta casi una semana después y cada uno se fue a su casa como buenamente pudo. Yo, que como ya os he dicho, me alojaba en Igualada, en casa de Chris, tuve que tomar el ferrocarril R6, si no recuerdo mal. Estrecho, incómodo y daba más vueltas que un conductor primerizo en una rotonda que no conoce, así que del mareo no me salvaban ni Endou, Simon y Dios juntos. A nuestra izquierda se extendían bellos parajes, pueblos y riscos, ocultos bajo un manto de oscuridad absoluta que sólo el pequeño resplandor de los coches y de las farolas de la calle lograban atravesar, y fijar la vista en ellos me dejaba la cara tan blanca como la luz que emitían. Pero, ¡no apurarse, gente!, que uno es vasco y jamás se dejaría vencer por un mero transporte público catalán. Hay que tenerlos muy bien puestos para hacerme vomitar, y los únicos vehículos con testicularidad propia son los de Bilbao.

Después de pasarnos una hora allí metidos, sufriendo traqueteos y curvas de infarto, llegamos finalmente hasta Igualada, la última parada del ferrocarril. Nos bajamos corriendo, asegurándonos de no dejarnos ni mi mochila ni el tupper en el vagón, y nos dirigimos a casa. Una enorme fuente cuyos chorros de agua cambiaban de forma periódicamente nos saludó al salir de la estación, y Chris fue contándome diversas cosas acerca de la zona mientras caminábamos hasta casa. Según él, Igualada, a pesar de ser bastante pequeño comparado con otras zonas, es un lugar donde puedes encontrar de todo y, además, a mucho mejor precio que en el centro de Barcelona. Tiendas y establecimientos de toda clase, cines, eventos, cursos… Una pequeña comunidad, sí, pero totalmente autosuficiente.

Cuando llegamos a su casa, creo recordar que su padre aún no había llegado; o eso, o nos tomamos nuestro tiempo antes de saludarle. El buen hombre y Chris, después de saludarme y preguntarme que de dónde venía, empezó a contarle algo a mi compañero… en perfecto catalán. Vale que en general puede entenderse más o menos de qué va la historia, pero los detalles, obviamente, se me escapaban. El padre, de golpe, se dio cuenta de que yo de catalán sé lo mismo que de turco y, como queriendo excusarse, me preguntó si conseguía entenderles. Por supuesto, le dije que muy por encima, y él no tuvo reparo en explicármelo con calma y en español para que yo me empapase bien de todo. …Cabe destacar que después volvió a su buen y rico catalán y volvió a dejarme totalmente fuera de juego (xD), pero no hablemos de eso.

Hablemos de la casa. Era bastante grande, y estaba tan vacía que daba la impresión de ser más todavía más grande de lo que ya era. Mi cuarto estaba justo al lado de la entrada, la primera puerta a mano derecha. Una cama (¡con sábanas de Snoopy!), una lámpara (¡de Winnie The Pooh!) y un armario (¡LLENO DE JUEGOS, CONSOLAS Y PELÍCULAS!) con cajones debajo para que yo organizase mi equipaje como quisiese. Pequeñito, pero cumple de sobra. Enfrente, en la primera puerta a mano izquierda desde la entrada, está el salón-comedor, donde sólo estuve una vez, y conectado a él, la cocina, a la cual también se puede llegar desde el pasillo, por la segunda puerta a la izquierda. El pasillo se extendía más allá, y al fondo, en el centro, está el baño común. La tercera puerta del pasillo a mano izquierda, que está justo al lado del baño, da a parar al cuarto de Chris, que tiene su propio baño anexo. No voy a deciros cómo es su dormitorio porque eso ya es más personal, pero los que le conozcáis quizás podáis imaginároslo. O no.

Exitazo de la noche: mi portátil no conseguía pillar su Wi-Fi. No caí en que podría haber usado mi móvil como router, pero bueno, me las apañé bien. Total, no usé demasiado Internet, y para lo que lo sé, el móvil era más que suficiente. Lo que se conoce como “comentar la jugada”, vaya: hablar todavía más con la gente con la que te has pasado el día, aunque no digas nada ni siquiera mínimamente interesante, ni planees el día siguiente (craso error), ni hagas nada más que fanboyear por cosas por las que no has fanboyeado cuando tocaba. Si es que, en persona, somos haiek dira, hobeto esanda muy poco efusivos, qué vamos a hacerle. Yo decidí dar por finalizado el ayudando a Chris con su cosplay de Maíz, comiendo panellets y, por hacer tiempo, viendo uno o dos capítulos de Tengen Toppa - Gurren Lagann, que sienta muy bien después de un día tan duro, la verdad.

Siendo mis últimos pensamientos del día para Moni por haberme recomendado semejante serie, me despedí de Chris, me acicalé como es debido y me acosté, no sin antes asegurarme de dejarlo todo atado y bien atado antes de meterme en la cama. Pero me costó dormir. No porque la cama fuese incómoda ni nada por el estilo, sino porque mi cerebro aún no había terminado de asimilar la situación en la que me encontraba. ¡Estaba allí, en Barcelona, después de tantos años! ¡Pude invadir la casa de Marc, pasar tiempo tranquilamente con Chris, chocar los cinco —con muchísimo estilo, cabe decir— con Nick y, por fin, achuchar a Moni y comerme a Mery a besos, aunque fuese muy a pesar de ellas! Lejos de mis raíces, de todo lo que conozco, de todo aquello que conforma mi día a día. Lejos de todo lo que soy y, sin embargo, más cerca de mí mismo que nunca.

Nada sale nunca tal y como lo planeamos en un principio. Los imprevistos, las sorpresas e incluso las decepciones salpimientan nuestra vida, convirtiéndola en una receta cuyo sabor nunca llegamos a conocer hasta que no le damos el primer bocado. ¿Qué ingredientes utilicé para que la vida me llevase hasta ese punto? Imposible concretarlo. ¿Estaría en Barcelona en aquel momento de no haber tomado las mismas decisiones en mi vida? Quién sabe. Lo que es seguro es que cada sensación es única e inigualable, y una sola y pequeña variable cambia totalmente el sabor que la vida te deja en la boca. Pero, en aquel momento, me sentí realizado conmigo mismo —o con Miga mismo. …Sí, ya me callo—, me sentí victorioso, poderoso y superior. Pude regodearme en la crapulencia del éxito al que mis decisiones me habían llevado.

Aquella noche, me paré a saborear la vida sólo para comprobar que, a pesar de todo, sabía a croqueta.

3 comentarios:

  1. Un detallito, Marc no vive al lado de Sants, fuimos a Hospitalet xDDDDD

    Por lo demás, PARA CUANDO LA SEGUNDA PARTE? *________* Es un relato muy emosionante aunque haya vivido una parte de éste, con otro punto de vista, zizi :3

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    1. Fail xDDD Mira que lo estuve dudando, eh, pero al final arriesgué y puse Sants porque me sonaba que alguien ya me había corregido una vez y me había dicho que Hospitalet no era xDU Pero bueno, voy a decir que es un recurso literario y que para la historia iba mejor que Marc fuese de Sants, sisi (?)

      Pues lo publicaré... cuando lo escriba xDU Me juego el cuello a que se me habrá olvidado algo para entonces, pero no importa (?) A fin de cuentas son mis memorias y sólo he de contar lo que recuerde, digo yo. Y no es emosionante, es derp porque todo lo que yo hago es derp. >:

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  2. El primero que os critica soy yo (?) xDDDD Nah, claro que no, si sois mu' majetes ^D^ Uno se siente desplazado entre tanta parejita, pero eso pasa en todos los sitios del mundo xD Y SÍ, ESTABAN RIQUÍSIMOS *q* El de coco es genial, también es mi favorito. Es que a mí todo lo que lleve coco me puede.

    No te creas que no me duele, eh, que iba con muchísimas ganas de conoceros a todos >: Y conocí a muchos, sí, pero a muchos menos de los que hubiera querido conocer. Espero ir a Barcelona de nuevo en algún momento sin salón de por medio; si suena la campana y os hago otra visita, descuida que te daré un toque y quedaremos :D

    ¡Gracias por pasarte, Ka-chan! <3

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