¡Qué bien sienta
viajar, señores! Gente fantástica, nuevos ambientes, diferentes modos de vida y
experiencias inesperadas te asaltan a cada paso, a cada esquina, casi a cada
segundo. Mentiría si dijese que todas las experiencias son buenas, pero toda
aventura tiene sus altos y sus bajos, y los malos momentos no son más que un
aliño que eleva los buenos ratos a la categoría de inolvidables. Cuando estás
lejos de tu hogar, todo adquiere un tinte mágico y las cosas más cotidianas se
vuelven emocionantes, sobre todo cuando viajas solo (independientemente de que
vayas a reunirte con alguien en tu lugar de destino o no). Hasta hace una
semana, más o menos, yo siempre había viajado con mis padres o con la escuela y,
por lo tanto, debía ceñirme a sus gustos y exigencias: mi madre, por ejemplo,
sólo quiere ir a la playa de vacaciones, y eso siempre limita bastante mis
posibilidades. Pero, una vez cumplida la mayoría de edad y siendo libre como un
pajarillo o como un cliente de Amena, cogí mis ahorros, me busqué una buena
excusa y fecha para poder volar del nido y me embarqué en mi primera aventura
en solitario, como si de un spin-off de mi propia vida se tratase. Así, tras
dos o tres años de asedio continuo por parte de mi querida Moni, mi hermanita
Mery, y demás gente que se fue sumando a la causa con el tiempo, decidí darles
a todos mis fans amigos un gustazo y, por fin, emprendí el viaje hacia la
ciudad condal de la que tantas veces había oído hablar, esperando no encontrarme
con ninguna chica mona que me dejase por un rastafari incapaz siquiera de
cantar un blues. …Eta Siniestro
Total entzuteari utzi beharko nioke idazten nabilen bitartean.
Lo que os voy a relatar es una
historia de aventuras, alegrías y frustraciones, encuentros esperados e
inesperados, un pésimo transporte público, una preocupante falta de croquetas
y, qué demonios, romance, que tuve mucho amor bilbaíno que repartir entre tanto
catalán. Como siempre, no sé cuánto ocupará todo lo que tengo que contar, así que
será mejor darse prisa y empezar lo antes posible. ¡Bienvenidos a #MigaEnBCN!
Todo comenzó hace
cosa de un mes. Los continuos esfuerzos de Monimena, mi compañera de blog, para
que fuese a visitarla a su ciudad, Barcelona, seguían tan activos como siempre,
pero yo no encontraba el momento de dignarme a satisfacer sus deseos de una vez
por todas. Puede que por el hecho de que la gente acaba pasando de mí a los
cinco minutos de tenerme delante y no quería perder a los que durante tanto
tiempo habían sido mis amigos, o puede que por no querer romper el mito que es
mi existencia y poder seguir haciendo creer a la gente que miento cuando digo
que soy pelirrojo natural. Sea como fuere, lo que era innegable es que yo
también estaba ansioso por verla a ella por fin. No sólo a ella, por supuesto,
pero a fin de cuentas ella fue la primera que me propuso que la visitase y es
la que se lleva el mérito. Monipunto para ella.
Fue entonces cuando
Moni me avisó de que, en breves, el Salón del Manga pasaría por Barcelona: uno
de los acontecimientos otaku más grandes e importantes del país, a diferencia
de la pequeñita y bastante poco emocionante Feria del Cómic de Getxo, la única
convención del estilo a la que yo había podido asistir hasta el momento.
Aprovechando que el Salón caía en “puente” (vamos, que era fiesta el jueves y
simplemente no iría a clase de Pintura el viernes), decidí probar suerte y
tratar de ir para allá. Tras recibir la aprobación por parte de mis padres
(¡hecho histórico e irrepetible!), Moni y yo nos encontramos con un serio
problema: tenía permiso para ir, sí, pero no tenía dónde quedarme. Su casa
estaría ocupada, y ninguno de los amigos con los que estaba organizando el viaje
podía cederme una cama, ni un simple sofá siquiera. Moni quería que me alojase
en casa de un amigo suyo al que yo ni siquiera conocía, pero ni él ni yo
parecíamos demasiado por la labor: es normal que él no quisiera alojar a
alguien que no conoce, y a mí me hubiera dado muchísimo corte meterme en casa
de un desconocido por la cara. Cuando ya pensaba que tendría que instalarme en
algún puente acogedor de los alrededores, como caído del cielo, alguien que
nunca me hubiera esperado hizo acto de presencia y salvó mi viaje. Chris, más
conocido como Devon, mi viejo amigo de ESPAL y en el que ninguno de nosotros
había pensado (de hecho, yo ni siquiera sabía de dónde era), me dijo que él
tenía espacio de sobra en su casa y que no tenía inconveniente en alojarme, siempre
y cuando no me importase que viviese lejos del centro, en Igualada. ¡Cómo
imaginar que esa distancia acabaría trayéndonos tantos quebraderos de cabeza!
Pero bueno, eso lo contaremos un poco más adelante.
No os aburriré
con temas de trámites de viajes porque ni es algo que controle, ni quiero
acordarme de aquella odisea, ni quiero hacerle publicidad gratuita a nadie. Por
resumir, diré que conseguí un viaje de ida el 1 de noviembre, vuelta el 5 y
todo por 60 euros. Una ganga, vaya, teniendo en cuenta que las fechas me
coincidían a la perfección y que saliendo un día antes o volviendo un día
después el precio superaba los 100 euros. Así, esperé pacientemente hasta la
noche anterior al viaje, puse varias mudas de ropa y algún cacharro extra en
una mochilita que tenía en casa y, atacado de los nervios, me preparé
mentalmente para emprender mi primer viaje en solitario.
Mi padre me
acompañó hasta el chequeo del aeropuerto donde, curiosamente, me hicieron pasar
el ordenador en una cajita aparte. No sé qué demonios puede llegar a esconderse
dentro de un portátil, pero si son tan exigentes, debe ser porque algún listo ya
ha traficado de esa manera. Sin más problemas que el de recolocar la mochila
tras sacar el portátil, curioseé un rato por el aeropuerto para hacer tiempo:
eché un vistazo a las tiendas y ojeé una librería cercana. Como pensamiento
libre, siempre me ha parecido curioso que haya tiendas de perfumes y similares en
los aeropuertos, pero si siguen ahí es porque venden, aunque no llegue a
imaginar por qué. Además, en la librería vi varios libros de Canción de Hielo y
Fuego, bastante bien expuestos y muy a la vista, si sabéis a lo que me refiero.
Se ve que la serie de televisión ha tenido un impacto considerable y, como
siempre, quieren sacar tajada de ello.
(Pandilla de
cabronazos con visión comercial. De qué iba a estar yo aquí, escribiendo en un
blog de mierda que solamente leo yo, estudiando cosas inútiles y currando sin
ver un duro, si supiese venderme así de bien. Menuda vidorra iba a pegarme.)
Tras pasarme
mucho más tiempo del debido en la inmensa cola de entrada al avión, por fin pasé
adentro y encontré un huequecito libre en la última fila, al lado del pasillo.
A mi lado se sentaba un hombre de unos 40 años que iba a Barcelona con su mujer
y sus hijos a pasar allí unos días y, de paso, ver jugar al Barça. Y, como es
normal en mí cuando me monto en un avión, empecé a hablar con él por pura
inercia. Siempre me resulta interesante hablar con gente que no conozco acerca de
sus experiencias, porque nunca sabes qué llegarás a oír. Sea un tema de
conversación emocionante o no, suelo disfrutar oyendo todo lo que la gente
tenga que contarme. En este caso, el hombre me contaba que él ya estuvo en
Barcelona cuando se casó, de luna de miel, y que en el avión le sirvieron
comida y bebida sin recargo alguno. Se quejaba de que ahora te cobran por todo
y que, además, no son precios precisamente asequibles. Por mi parte, yo le
conté que era mi primera vez en Barcelona y que nunca había viajado solo, así
que estaba atacado de los nervios. Él me confesó que tampoco estaba
precisamente tranquilo: los viajes en avión le aterran y lo pasa muy mal, pero
era capaz de soportarlo porque es lo mejor y lo más asequible, y por sus hijos,
que si no tendrían que tirarse de 6 a 8 horas metidos en un coche o un autobús.
Un gran padre, sí señor. Mis felicitaciones desde aquí, aunque ni siquiera sé
su nombre. Un pequeño héroe anónimo, cotidiano, de ésos que tanta falta le
hacen al mundo.
Salí del avión
con él y con su familia y, siguiendo esos enormes y abrumadores carteles de
“Sortida” repartidos por los pasillos, nos guiamos como pudimos dentro de ese
gigantesco aeropuerto hasta la salida. Me adelanté un poco porque ellos se
fueron en otra dirección —imagino que a recoger sus maletas— y
salí finalmente de la zona reservada a los pasajeros. Allí, justo en la salida,
cinco personas con pancartas de cartón miraban atentamente a la puerta,
esperando a que una cabellera pelirroja que llegaba en un vuelo tardío hiciese
finalmente acto de presencia.
“The Game <3”,
“Wololo”, “We’re not dropplets in the ocean”, “Bienvingut” o “Nii-chan” son
sólo algunos de los mensajes con los que Moni, Mery, Chris, Marc y Nick me
recibieron en el aeropuerto —y, qué decir, la
gente les miraba raro—. Y yo,
que soy vasco y tengo mucho amor que dar y devolver, les di a todos un fuerte
abrazo en cuanto les tuve cerca… y un cabezazo de regalo a Nick. No estaba
planeado de antes, pero fue una interesante improvisación y una bonita sorpresa.
Desde luego, a mí me pareció todo un éxito.
Con la mochila al
hombro y en ristre la Coca-cola fresquita que mi hermana me trajo (la mejor que haya probado en mi vida), los seis
terminamos de saludarnos y, ttapa-ttapa, noski —ezin gehiagorik eskatu bartzelonarrei, azken finean;
zekenak dira baita ibiltzeko ere—, nos dirigimos al…
¿tren? ¿Ferrocarril? ¿RENFE? Alguna clase de transporte público formado por
raíles y vagones, vaya. Un trayecto corto y, he de admitirlo, muy cómodo: los
asientos eran geniales. Ia-ia
Stitch bezain harroak. (*^*)
En principio, yo
no tenía ni idea de adonde íbamos: me dejaba guiar y aceptaba las explicaciones
de mis condales amigos con una sonrisa inquietante y un leve movimiento de
cabeza. El bueno de Marc se armó de paciencia y, durante el trayecto, me
explicó que nos dirigíamos a su casa, donde pasaríamos el día ya que su familia
no estaba. Cabe recalcar que era la hora de comer y que los rugidos de nuestros
estómagos se extendían por todo el tren, así que la idea de ir por fin a llenar
la panza era más que tentadora.
Aunque lo de “por
fin” es un decir.
Llegamos con
bastante rapidez hasta la parada de Sants, que está justo al lado de la casa de
Marc. Cabe decir que, aunque por la zona no haya “nada”, vive enfrente de un
parquecito muy majo donde los críos juegan hasta tarde y los viejos llevan a
sus respectivos canes para que abonen el duro y de por sí poco fértil cemento.
Me sentía totalmente como en casa.
Yo es que no sé
para que viajo, si en el fondo todo es igual.
Marc nos abrió
las puertas de su casa y me dejó amablemente que curiosease un poco. Un
recibidor que se tuerce a la derecha y da paso a la cocina, una gran sala de
estar-comedor, el baño y los cuartos; las principales estancias de la casa,
vaya. No es increíblemente grande, pero eso le da encanto y facilita la
limpieza. Salvo cuando quieres meter a seis personas en una sola cocina, claro
está.
En efecto, por
mucha hambre que tuviésemos, para comer hace falta hacer la comida. “¡Vamos a
comer fajitas!”, me dijo Moni con ilusión. Me sentí bastante mal por no poder
compartir su emoción, pero es que yo nunca las había probado y no me sale del
alma alegrarme por algo cuando no lo conozco. Y más cuando me esperaba llegar y
encontrarme con croquetas ya preparadas y listas para comer. Pero el destino es
cruel, y le gusta ponerme las cosas difíciles. He empezado a comprender que, al
menos para mí, las croquetas son un maná, un premio por mis victorias, una
muestra de poder y superioridad que me ayuda a regodearme en la crapulencia de mis éxitos: hablando en
plata, las croquetas he de ganármelas. Pero, si satisfacer el deseo de
conocerme que seis personas albergaban desde hace ya casi 4 años no es
suficiente para ganarme un plato de manjar divino, ¿qué más puedo hacer? ¿Irme
a África a cuidar a leprosos? ¿Donar mi pelo a la ciencia? Mi generosidad tiene
un límite, y más ahora que me he catalanizado. Ya lo decía mi amigo Kalex,
también catalán: “malditos agarrados que somos, mira qué puta mierda de botella
de agua les han puesto a los de la conferencia”. Pero ésa es otra historia, y
se ha de contar en el momento justo.
Como padezco el
terrible y ciertamente desquiciante síndrome de la torpeza crónica, dejé que la
gente que sabe hiciese lo más difícil mientras yo me dedicaba a estorbar al
personal, que es para lo que Dios me puso en el mundo y mi auténtico cometido
en esta vida. Y mientras, Nick cocinaba. Y cómo cocinaba, si es que daba gusto
verle. Ay, Nick, lo bien que lo hubiésemos pasado tú y yo si fueses mujer.
Menudo desperdicio. Si es que Dios le da el cromosoma Y a quien no se lo merece…
Y si ya daba gusto verle cocinar, imaginad el gusto de probar su comida. Pa’
comérselo a él después sólo por comprobar si sabe tan bien como lo que prepara.
Lo que hubiera dado por probar unas croquetas hechas por esas manos. Ay. Si al
menos tuvieses la decencia de verte Tengen Toppa - Gurren Lagann de una santa
vez y dejases de ser un maldito pecador de la pradera…
Pero no sólo nos
dedicamos a cocinar y a sentir cómo nos engordaba el trasero mientras
engullíamos fajitas sentados en la mesa del salón-comedor de Marc, no. También
sentíamos cómo nos engordaba el trasero sentados en la cama del cuarto de Marc
mientras cantábamos canciones de Digimon y veíamos vídeos en YouTube sin orden
ni concierto. Y hablando de concierto, Moni y yo preparamos nuestra actuación
para el Salón del Manga aquel mismo día. En unos… 5 minutos, si es que llegó.
Una planificación meticulosa y cuidada al milímetro, como podréis comprobar.
Pero es que a esta chica no se le puede pedir más atención: está a demasiadas
cosas a la vez como para centrarse solamente en una. Es su virtud y su defecto.
…Pero la sigo queriendo un montonazo a pesar de todo, ¿de acuerdo? ¿Ha quedado
claro? ¿Cristalino? Perfecto. (;u; ♥)
Para acabar el
día, nos dedicamos a hacer un dulce típico de Cataluña, los “panellets”, si es
que no lo he escrito mal. Es una especie de mazapán al que a veces se recubre
de frutos secos y otras veces se le añade coco rallado a la masa. Desconozco si
hay más variantes, pero el caso es que su preparación es toda una ciencia. Cada
tipo de panellet tiene su forma concreta: redondos, alargados (hasta ahora
parece que esté hablando de croquetas), o con forma de… volcán, digamos: una
base plana que se deja en pico por arriba. Hay cosas en esta vida que no se
pueden definir con simples palabras, así que os dejo una imagen del producto en
cuestión.
Los famosos panellets. |
Cuando terminamos
de hacer los dichosos panellets —cabe decir que yo hice los de coco junto a
Mery y se notaba A LA LEGUA cuáles
habían sido hechos por un imponente y francamente atractivo bilbaíno y cuáles
habían nacido de las delicadas y tacañas manos de una bellísima catalana—, nos
los repartimos entre todos de manera equitativa, le tomamos prestados unos
tuppers a Marc —de los cuales no volvería a saber nada hasta casi
una semana después— y cada uno se fue a su casa como buenamente pudo.
Yo, que como ya os he dicho, me alojaba en Igualada, en casa de Chris, tuve que
tomar el ferrocarril R6, si no recuerdo mal. Estrecho, incómodo y daba más
vueltas que un conductor primerizo en una rotonda que no conoce, así que del
mareo no me salvaban ni Endou, Simon y Dios juntos. A nuestra izquierda se
extendían bellos parajes, pueblos y riscos, ocultos bajo un manto de oscuridad
absoluta que sólo el pequeño resplandor de los coches y de las farolas de la
calle lograban atravesar, y fijar la vista en ellos me dejaba la cara tan
blanca como la luz que emitían. Pero, ¡no apurarse, gente!, que uno es vasco y
jamás se dejaría vencer por un mero transporte público catalán. Hay que
tenerlos muy bien puestos para hacerme vomitar, y los únicos vehículos con testicularidad propia son los de Bilbao.
Después de
pasarnos una hora allí metidos, sufriendo traqueteos y curvas de infarto,
llegamos finalmente hasta Igualada, la última parada del ferrocarril. Nos
bajamos corriendo, asegurándonos de no dejarnos ni mi mochila ni el tupper en
el vagón, y nos dirigimos a casa. Una enorme fuente cuyos chorros de agua
cambiaban de forma periódicamente nos saludó al salir de la estación, y Chris
fue contándome diversas cosas acerca de la zona mientras caminábamos hasta
casa. Según él, Igualada, a pesar de ser bastante pequeño comparado con otras
zonas, es un lugar donde puedes encontrar de todo y, además, a mucho mejor
precio que en el centro de Barcelona. Tiendas y establecimientos de toda clase,
cines, eventos, cursos… Una pequeña comunidad, sí, pero totalmente
autosuficiente.
Cuando llegamos a
su casa, creo recordar que su padre aún no había llegado; o eso, o nos tomamos
nuestro tiempo antes de saludarle. El buen hombre y Chris, después de saludarme
y preguntarme que de dónde venía, empezó a contarle algo a mi compañero… en
perfecto catalán. Vale que en general puede entenderse más o menos de qué va la
historia, pero los detalles, obviamente, se me escapaban. El padre, de golpe,
se dio cuenta de que yo de catalán sé lo mismo que de turco y, como queriendo
excusarse, me preguntó si conseguía entenderles. Por supuesto, le dije que muy
por encima, y él no tuvo reparo en explicármelo con calma y en español para que
yo me empapase bien de todo. …Cabe destacar que después volvió a su buen y rico
catalán y volvió a dejarme totalmente fuera de juego (xD), pero no hablemos de
eso.
Hablemos de la
casa. Era bastante grande, y estaba tan vacía que daba la impresión de ser más todavía
más grande de lo que ya era. Mi cuarto estaba justo al lado de la entrada, la
primera puerta a mano derecha. Una cama (¡con sábanas de Snoopy!), una lámpara
(¡de Winnie The Pooh!) y un armario (¡LLENO DE JUEGOS, CONSOLAS Y PELÍCULAS!)
con cajones debajo para que yo organizase mi equipaje como quisiese. Pequeñito,
pero cumple de sobra. Enfrente, en la primera puerta a mano izquierda desde la
entrada, está el salón-comedor, donde sólo estuve una vez, y conectado a él, la
cocina, a la cual también se puede llegar desde el pasillo, por la segunda
puerta a la izquierda. El pasillo se extendía más allá, y al fondo, en el
centro, está el baño común. La tercera puerta del pasillo a mano izquierda, que
está justo al lado del baño, da a parar al cuarto de Chris, que tiene su propio
baño anexo. No voy a deciros cómo es su dormitorio porque eso ya es más
personal, pero los que le conozcáis quizás podáis imaginároslo. O no.
Exitazo de la
noche: mi portátil no conseguía pillar su Wi-Fi. No caí en que podría haber
usado mi móvil como router, pero bueno, me las apañé bien. Total, no usé
demasiado Internet, y para lo que lo sé, el móvil era más que suficiente. Lo
que se conoce como “comentar la jugada”, vaya: hablar todavía más con la gente
con la que te has pasado el día, aunque no digas nada ni siquiera mínimamente
interesante, ni planees el día siguiente (craso error), ni hagas nada más que
fanboyear por cosas por las que no has fanboyeado cuando tocaba. Si es que, en
persona, somos —haiek dira, hobeto esanda— muy poco efusivos, qué
vamos a hacerle. Yo decidí dar por finalizado el ayudando a Chris con su cosplay de Maíz,
comiendo panellets y, por hacer tiempo, viendo uno o dos capítulos de Tengen
Toppa - Gurren Lagann, que sienta muy bien después de un día tan duro, la
verdad.
Siendo mis
últimos pensamientos del día para Moni por haberme recomendado semejante serie,
me despedí de Chris, me acicalé como es debido y me acosté, no sin antes
asegurarme de dejarlo todo atado y bien atado antes de meterme en la cama. Pero
me costó dormir. No porque la cama fuese incómoda ni nada por el estilo, sino
porque mi cerebro aún no había terminado de asimilar la situación en la que me
encontraba. ¡Estaba allí, en Barcelona, después de tantos años! ¡Pude invadir
la casa de Marc, pasar tiempo tranquilamente con Chris, chocar los cinco —con muchísimo estilo, cabe decir— con Nick y, por fin,
achuchar a Moni y comerme a Mery a besos, aunque fuese muy a pesar de ellas!
Lejos de mis raíces, de todo lo que conozco, de todo aquello que conforma mi
día a día. Lejos de todo lo que soy y, sin embargo, más cerca de mí mismo que
nunca.
Nada sale nunca tal y
como lo planeamos en un principio. Los imprevistos, las sorpresas e incluso las
decepciones salpimientan nuestra vida, convirtiéndola en una receta cuyo sabor
nunca llegamos a conocer hasta que no le damos el primer bocado. ¿Qué
ingredientes utilicé para que la vida me llevase hasta ese punto? Imposible
concretarlo. ¿Estaría en Barcelona en aquel momento de no haber tomado las
mismas decisiones en mi vida? Quién sabe. Lo que es seguro es que cada
sensación es única e inigualable, y una sola y pequeña variable cambia
totalmente el sabor que la vida te deja en la boca. Pero, en aquel momento, me
sentí realizado conmigo mismo —o con Miga
mismo. …Sí, ya me callo—, me sentí victorioso, poderoso y superior. Pude regodearme en la crapulencia del éxito al que mis
decisiones me habían llevado.
Aquella noche, me
paré a saborear la vida sólo para comprobar que, a pesar de todo, sabía a
croqueta.
Un detallito, Marc no vive al lado de Sants, fuimos a Hospitalet xDDDDD
ResponderEliminarPor lo demás, PARA CUANDO LA SEGUNDA PARTE? *________* Es un relato muy emosionante aunque haya vivido una parte de éste, con otro punto de vista, zizi :3
Fail xDDD Mira que lo estuve dudando, eh, pero al final arriesgué y puse Sants porque me sonaba que alguien ya me había corregido una vez y me había dicho que Hospitalet no era xDU Pero bueno, voy a decir que es un recurso literario y que para la historia iba mejor que Marc fuese de Sants, sisi (?)
EliminarPues lo publicaré... cuando lo escriba xDU Me juego el cuello a que se me habrá olvidado algo para entonces, pero no importa (?) A fin de cuentas son mis memorias y sólo he de contar lo que recuerde, digo yo. Y no es emosionante, es derp porque todo lo que yo hago es derp. >:
El primero que os critica soy yo (?) xDDDD Nah, claro que no, si sois mu' majetes ^D^ Uno se siente desplazado entre tanta parejita, pero eso pasa en todos los sitios del mundo xD Y SÍ, ESTABAN RIQUÍSIMOS *q* El de coco es genial, también es mi favorito. Es que a mí todo lo que lleve coco me puede.
ResponderEliminarNo te creas que no me duele, eh, que iba con muchísimas ganas de conoceros a todos >: Y conocí a muchos, sí, pero a muchos menos de los que hubiera querido conocer. Espero ir a Barcelona de nuevo en algún momento sin salón de por medio; si suena la campana y os hago otra visita, descuida que te daré un toque y quedaremos :D
¡Gracias por pasarte, Ka-chan! <3