Me desperté un tanto desconcertado, pero tardé apenas
unos segundos en darme cuenta de dónde estaba y qué demonios estaba haciendo
allí. Barcelona, la mundialmente famosa ciudad condal llena de chicas muy monas que no te
quieren y que, en su lugar, se ligan a rastafaris calenturientos. Salón del Manga, excusa barata para ver en persona de
una maldita vez a algunos de mis mejores amigos —aunque, por supuesto, eso de
“barato” es un decir—. Tantos años luchando por ello y, por fin, lo había
conseguido. Casi 24 horas después aún me costaba creerlo, pero las pruebas eran
evidentes. Una casa desconocida, un silencio sepulcral sólo roto por la alarma
de mi móvil y, sobre todo, la notoria ausencia de un perro soplagaitas que
venga a darte los buenos días a base de ladridos chirriantes y lametones en los
ojos. El despertador del teléfono sonaba con fuerza en el cajón en el que lo
había metido. Tanteé los alrededores de la cama a ciegas y por fin agarré el
dichoso aparatito. Despegué los párpados mínimamente y, en cuanto la luz del
móvil me taladró las pupilas, los ojos empezaron a escocerme como nunca; prueba
inequívoca de que el cuerpo me pedía más horas de sueño después del ajetreado primer día que había pasado en aquella ciudad. Por otro lado, la cabeza me obligaba a aprovechar
aquellos días al máximo desde el mismo comienzo, así que le eché valor vasco,
apagué con rencor la alarmita de las narices y me incorporé. Bostecé, me froté
los ojos y, como todos los días de mi vida, me puse a buscar los calcetines que
se habían perdido entre las sábanas de la cama durante la noche. Una práctica
un tanto frustrante, sí, pero ideal para terminar de despertarse porque la mala
leche que se te va acumulando por no encontrar los malditos galtzerdis te pone más alerta que un
chute de cafeína en vena.
¡Oh, placer mañanero por excelencia! ¡Alivio divino,
muestra de vida! ¡Bienaventurada tú, milagrosa descarga que trae a la memoria
los bellos recuerdos del día anterior y prepara física y mentalmente para los
diversos lances que el destino haya decidido colocar en el camino que hoy
recorreremos! ¿Qué infame villano te dio un nombre tan vil y vulgar? ¿Quién fue
el que osó rebajarte al nivel de “deshecho” u “obscenidad”? ¡Arda en el
Infierno por toda la eternidad aquél que mancilló con sus sucias injurias la
bella práctica de la micción! Y qué bien se queda uno, oiga. Mas, como
monopolizar semejante gozo me parecía mal, entré sigilosamente en el cuarto de
mi compañero Chris y, con la suavidad y dulzura propias de un bilbaíno de pura
cepa, le “insté” a que abandonase el siempre bello mundo onírico y se
convirtiese en mi compañero de viaje a lo largo y ancho del universo
barcelonés. ¿Irrumpir yo en un cuarto con violencia, mala hostia y falta total
de tacto, encender la luz a traición y ponerme a gritar y a dar palmadas para
levantar a un tío marmota de su cama de una puñetera vez? En condiciones
normales me sería imposible, como es obvio, pero, quizás, con una pequeña catalanización de por medio…~
Mientras el lirón humano se despertaba por fin, yo
aproveché para vestirme y acicalarme un poco, siempre manteniendo ese estilo
desaliñado que me caracteriza cuando me da pereza ir a cortarme el pelo. Total,
el que es guapo no necesita de peinados ostentosos ni accesorios modernos para
atraer todas las miradas: con un pelo naranja chillón es mucho más que suficiente.
Cuando mi compañero de fatigas volvió a ser persona y yo hube terminado de
mandar mensajes por Twitter y WhatsApp a toda la gente a la que iba a ver ese
día, nos fuimos a la cocina y desayunamos juntos. Cabe decir que Chris se tomó
muchas molestias conmigo, preguntándome de antemano que qué es lo que suelo
desayunar en mi casa para tenerlo todo preparado para mi llegada. Eso es un
amigo. Al final, nos decantamos por un Cola-cao y unas tostadas la mar de
simples, pero, ¿para qué más? Que innoven en otros países si les apetece, pero
a nosotros que nos dejen comer lo que nos gusta de verdad. Una vez hubimos
cargado las pilas, terminamos de prepararnos y salimos de casa. La primera
parada fue el estanco, y después pasamos por la farmacia del barrio porque yo necesitaba
comprar cacao para los labios; los cambios de aires me dejan la piel hecha unos
zorros. Como teníamos tiempo antes de que el siguiente bus pasase a recogernos,
fuimos a comprar alguna chorrada comestible y un par de botellas de agua a un
supermercado cercano. Suspiré suavemente: Barcelona se había demostrado como
una ciudad maravillosa en sus primeros compases. Gente genial (aunque eso ya lo
sabía), preciosas vistas, buen servicio… Una joya, vaya.
Entre favores servicios y lisonjas, me fue imposible
prever el inminente ataque de catalanería
que se cernía sobre mi persona. Malditos catalanes, lo tienen todo pensado.
–¿¡Cuarenta euros por un maldito billete de transportes!?
–exclamé horrorizado al darme cuenta de que me había dejado el tarro de
vaselina en casa y me iba a hacer buena falta. Ya me habían avisado antes de ir
de que el transporte era muy caro, pero eso no evitó que la realidad me
sacudiese un tortazo monumental en toda la cara al redescubrirlo. Llevaba el
dinero preparado, sí, pero Dios santo de mi vida, hay que ver los berridos que
pegó mi cartera cuando la mutilé de esa manera. Fue absolutamente
descorazonador.
Hice de tripas corazón y
pagué el billete de marras. Al fin y al cabo, era mi pasaporte al centro de la
ciudad, al Salón del Manga y a todos esos preciosos lugares con los que
Barcelona nos atrae y tienta, como si del embriagador canto de una sirena se
tratase. Nos montamos en una especie de ferrocarril (o Dios sabe qué; Barcelona
tiene el transporte público más confuso que he visto en toda mi vida) y, tras
alrededor de una hora de traqueteo ininterrumpido, llegamos a nuestro destino.
Anduvimos por las soleadas calles de la ciudad, buscando alguna tienducha de
mala muerte en la que pudiésemos encontrar un delantal blanco para completar el
cosplay de Chris; pero, como es natural, nunca encuentras un chino abierto
cuando lo necesitas. “Jódete y baila”, que se suele decir. Por el camino, mi querida Clara-sama y yo íbamos hablando por WhatsApp (YA SOY MODERNO), tratando de hallar una
manera de encontrarnos dentro del recinto del Salón entre tantísima gente.
Mientras tanto, yo esperaba ansioso la llamada, mensaje, grito selvático o
señal de humo de mi Osu-compañera Alegría, quien tenía mi entrada
para el Salón y, como es obvio, sin ella no me dejaban pasar.
Espera que te esperaré,
WhatsAppea que te WhatsAppearé, tipi-tapa,
Chris y yo llegamos a la enorme Plaza Espanya. Y si alguien se siente ofendido
porque “plaza” se escribe de otra manera en catalán, que me lo hubieran
enseñado cuando tuvieron la oportunidad. ¿Os podéis creer que, en cinco días
enteros en Cataluña, lo único que me enseñaron a decir es “jo vull comprar”, a
pesar de haberles pedido expresamente a mis amigos que me enseñasen su idioma?
Aunque, mira, por lo menos, Chris lo hizo bien; fueron varias las
felicitaciones que recibí por mi excelentísima pronunciación del catalán a
pesar de ser vasco, así que supongo que no está del todo mal.
Pero me estoy desviando
del tema; mil perdones. Llegamos a la plaza en cuestión y nos quedamos con cara
de bobos. A nuestra derecha se extendía la cola para sacar la entrada, la cual,
por suerte, ninguno de los dos tuvimos que usar. Era larga, inmensa,
desmesurada, casi tan larga como la lista de personajes de Inazuma Eleven que
quieren tirarse a Endou. Suspiramos de alivio. “Jodó, macho, menos mal que no
tenemos que chuparnos esa cola, ¿eh?”. Y miramos hacia la izquierda, hacia el
otro lado de la calle.
Me tragué un chillido
súper gay.
Si la cola para sacar
entrada era inmensa, la de entrar al recinto era PANTAGRUÉLICA, con todas las
letras en mayúsculas, que le da una intensidad especial a la palabra. Mirarla
fijamente daba pavor, y el pavor daba ganas de hacérselo encima. Bendito sea
Marc, que, por suerte, estaba por allí haciendo cola y guardándonos el sitio
para que nosotros nos librásemos de la peor parte. Con gente así da gusto, de
verdad. Y allí, en un lugar tan sumamente especial como la cola de entrada a un
evento otaku, tuve el inmenso placer de conocer a MD, una muy buena
amiga de Marc que no llevaba cosplay, pero daba el pego lo suficiente como para
que la dejaran pasar gratis. Una pena que mi ropa habitual consista en camisetas
de manga corta del Eroski y los primeros pantalones que encuentre en el armario
de mi cuarto; ya podría ser algo un poco más estrambótico, que dé el pego y que
pueda parecer un disfraz cuando la situación lo requiera. Aunque he de admitir
que con un poco de gomina, una corbatita y una camisa blanca podría pasar por
un Ichigo con ropa de escuela. Meryren
ideia bikainak, 19. liburukia. Aurreko hamazortziak berrirakurri beharko
nituzke egunen batean, beharbada. Ideia makala ez da, behintzat.
Hicimos cola durante todo
el tiempo que quisieron hacernos esperar, como buenos mandados que somos.
Cuando ya casi estábamos en la puerta, nos acordamos del spray azul que Chris
necesitaba echarse en el pelo y se lo aplicamos malamente y con prisas. Qué
decir, quedó como quedó. …Como el mismísimo culo, vaya, pero al menos dio el
pego lo suficiente como para entrar gratis. Aunque, siendo sinceros, le hubieran
dejado pasar con o sin pelo azul; ni siquiera pedían ninguna clase de
referencia del personaje siempre y cuando no fuese demasiado simplón, por mucho
que alguien le hubiese metido esa idea en la cabeza al pobre Chris. Lo que le
costó sacarse la dichosa pintura del pelo por la noche.
Marc, MD y Chris pasaron
dentro, y yo seguía sin entrada dado que a Alegría no la localizaba por ninguna
parte. Por suerte, el bueno de Chris se apiadó de mí y salió de nuevo para
hacerme compañía. Nos escabullimos fuera de la cola para no estorbar al
personal y decidimos empezar a encontrarnos con gente por nuestra cuenta. Y la
primera tenía que ser, cómo no, Oxid. Le presté a
Chris mi teléfono para que la llamase (qué mala es la falta de saldo) y, en
breves, conseguimos encontrarnos con ella. De todos modos, resultó bastante
penoso que Oxid, a pesar de no ser barcelonesa, conociese el nombre de los
edificios de la zona y Chris no, y, por tanto, tuviésemos que andar preguntando
para llegar al punto de quedada. Bien pensado, más que penoso, fue… triste.
Pero, a pesar de dicha
adversidad, pronto tuvimos a Oxid enfrente, siempre acompañada por su fiel
escolta, Echan, a quien yo no conocía y me presentaron en
aquel momento. Un tío amabilísimo y, por lo que Oxid decía y sigue diciendo
cada vez que surge la oportunidad, un novio genial. Pero, cuando apenas
llevábamos cinco minutos juntos, mi móvil sonó.
Alegría. ¡Por fin! Tras
colgar y dejar claro con mi proveedora de entradas el lugar donde nos
encontraríamos, me despedí de mis compañeros de viaje y eché a correr hacia el
pabellón donde se celebraba el Salón, no sin antes prometerles que pronto nos
reencontraríamos. Me zafé de la cola y me metí por el lado izquierdo, fuera de
las vallas que contenían a los miles de amantes del cómic que allí se
congregaban, aguardando el momento de entrar en el recinto. Esperé durante unos
minutos y, en cuanto vi cómo Alegría asomaba por la entrada, empecé a hacerle
señas con los brazos como un loco. No es que lo necesite dado que mi pelo
destaca bastante, pero soy de la opinión de que es mejor prevenir que curar.
En cuanto me vio, Alegría
se acercó a mí corriendo y, como está mandado, nos dimos dos besos y un abrazo:
¡los encuentros épicos han de ser celebrados como es debido! Rebuscó en su bolso
y sacó una entrada especial, diferente a las que se venden en taquilla, en la
que estaba escrito “Invitación”. Ya que me había quedado sin pase de prensa, al
menos podría entrar gratis, lo cual se agradece enormemente. Me colé
discretamente por entre las vallas que protegían el recinto para evitar hacer
cola y entré al Salón como si nada. Cabe destacar que sólo tuve entrada gratis
el viernes, pero en fin, ya es más de lo que muchos pueden decir, supongo.
Y fue entonces cuando
todo se volvió confuso.
Los que nunca hayáis
estado en un Salón/Feria del Manga de semejantes proporciones quizás os
preguntéis cómo es. ¿Qué tal el ambiente, los stands, los espectáculos, la
gente, las conferencias? Hay muchos adjetivos diferentes que pueden definir
cada una de las actividades u ofertas de un Salón, pero el factor común que
comparte todo el conjunto es el caos. Es una experiencia que casi puede
describirse como extrasensorial, porque sabes qué es lo que estás haciendo,
pero, cuando te paras a pensarlo, no sabes ni por qué lo estás haciendo ni qué demonios
has hecho para llegar hasta ahí. Un Salón son muchísimas horas y experiencias
apiladas y prensadas en pequeños cubitos súper densos; tanto, que, al menos a
mí, me es imposible determinar con exactitud el orden de los acontecimientos, o
incluso situar cada vivencia en un día concreto. No me costaría demasiado
listar las cosas que hice, pero decir qué ocurrió antes de qué me cuesta
horrores. Cierto es que no cuento precisamente con un cráneo privilegiado, pero hasta a mí me sorprende semejante falta
de exactitud con respecto a recuerdos que, por otra parte, mantengo tan vivos
en mi cabeza. En fin, qué vamos a hacerle; desde que dejé de jugar a Brain Training me he vuelto aún más
lerdo. Si cabe.
¡Mas qué importa el
orden! ¿No dice el refrán (o regla matemática, o lo que sea) que el orden de
los factores no altera el producto? No importa cuándo ocurrió siempre y cuando
ocurriese. Me quedé con ganas de hacer varias cosas, básicamente conocer a
ciertas personas y asistir a algunas conferencias, pero no me arrepiento.
Aproveché bien mi tiempo, pero es que simplemente no puede hacerse todo. Una
pena, pero es inevitable; estas cosas pasan hasta en las mejores familias de
organizadores de eventos.
Una de las mejores cosas
de asistir a un Salón así es que acabas conociendo a muchísima gente. Además de
los muchos amigos random a los que me
presentaron por el camino (siempre como Miga, dado que las presentaciones las
hacía mi hermanita del alma), tuve el inmenso placer de conocer en persona a
gente genial: mi viejo amigo Costa, Miquel (novio de mi
hermanita, ergo, mi cuñado y rey autoproclamado de las tetas), Yuluga (a quien no
conocía pero que me cayó genial desde el primer instante), Clara-sama, varios
compañeros de Osu! Nippon, como Kuro o Kalex, e incluso gente
que me reconoció por mis avatares de entrepiernas. Me estoy labrando una
reputación brutal gracias al paquete de Endou. Estoy increíblemente orgulloso
de mí mismo.
Lo que viví con cada uno
de estos grupitos fue único y genial a su manera. Uno de los mejores recuerdos
que tengo fue el del karaoke, donde Moni nos dejó plantados a uno de sus amigos
y a mí. No es que me hiciese demasiada gracia que se olvidase de nosotros, claro
está, pero conocí a mucha gente durante las actuaciones, y fue entonces cuando
le pude dar el primer abrazo a Miquel, lo cual fue épico. El atracón de ramen
que nos dimos todos juntos tampoco estuvo nada mal, y mi torpeza con los
palillos quedó patente hasta límites, por supuesto, ridículos. No me hubiera
quedado contento de haberlo hecho bien; lo de hacer las cosas mal es algo que
llevo en la sangre y que tengo que exteriorizar antes de que se acumule dentro
de mí y se convierta en bilis corrosiva. Qué decir tiene que acabé usando el
tenedor.
Los momentos que pasé con
mis compañeros de Osu! fueron algo totalmente nuevo para mí. Mi primera vez en
un restaurante japonés fue también un desastre en lo que al uso de palillos se
refiere, pero en general estuvo de lujo. Unos precios geniales y una comida
deliciosa… aunque no llegaron a servirnos ni la sopa ni el arroz por mucho que
los pedimos. Me quedé con muchas ganas de tomármelos, pero bueno, otra vez
será. Lo que de verdad fue toda una experiencia fue asistir a las conferencias
que se dieron en el piso de arriba del Salón. Todas las editoriales de cómics
anunciaron sus próximos estrenos, y yo estuve en primera fila para escucharlo
todo. Sólo pude asistir a un par de eventos de este estilo porque se me echaba
el tiempo encima, pero fue más que suficiente para que Kalex y yo
despotricásemos contra todo lo que nos echaban encima y pasásemos un rato
instructivo y, por qué no decirlo, muy divertido. Además, tuve la oportunidad
de conocer por fin a Capicúa, a la que conocí por
Twitter hace ya varios años (fue todo un honor verla en persona, señorita), y a
su novio, el gran Chusetto. Lo único que lamento es que no pude conocer
a Marc Bernabé y al Capitán Urías en aquella ocasión, pero al menos pude
escuchar su conferencia en Getxo un mes más tarde, como ya conté.
Las circunstancias en las
que conocí a Yuluga y a la gente que le acompañaba fueron, digamos, curiosas. A
mí nadie me había dicho que Hiro Mashima fuese a repartir firmas en el Salón, así
que podéis imaginarios la sorpresa que me llevé cuando Alegría me dijo que
estaba haciendo cola para conseguir una. Por supuesto, por darle apoyo moral,
hacerle compañía y demostrar que la quiero un montón, como solamente dos
Osu-compañeros pueden quererse, fui a dicha cola y estuve un buen rato de
acampada con ella. Como curiosidad, recuerdo que, justo detrás de nosotros,
había un chico que parecía agotado. Cuando le di agua a Alegría para que se refrescase,
que la pobrecilla llevaba allí mucho tiempo y estaba que ya no podía más, el
chico nos miró con ojos de cordero degollado, pero no dijo ni mu. Menos mal que
me fijé en él y le ofrecí un trago antes de que se deshidratase del todo. Muy
amable y muy correcto, el chico en cuestión me dio las gracias y bebió sin
siquiera tocar la botella para no “babeármela”. Además, se conformó con muy
poquito y me lo agradeció muchísimas veces. Queda demostrado que aún queda
gente amable y agradable por el mundo, señores; ¡no hay que perder la
esperanza!
Mientras hacíamos cola,
Alegría quiso ir a saludar a un amigo que acababa de conseguir su firma y, por
supuesto, me llevó consigo (fue todo un alivio, ya que no conocía a ninguno de
sus acompañantes y hubiese sido una situación un tanto violenta). Ese amigo no
era otro que Yuluga, a quien me habían presentado durante la comida en el
restaurante japonés pero con quien no había tenido la oportunidad de charlar
hasta entonces. A pesar de que apenas nos conocíamos, estuvo muy agradable conmigo
desde el mismo principio e incluso me dejó sacarle un par de fotos a su genial
cosplay de Bakuman. Cuando me despedí de él, no sin antes pedirle su Twitter
para poder enviarle las fotos y seguir en contacto, le pregunté a Alegría si
había visto a Ricc, a quien esperaba poder conocer aquel día.
Me dijo, si no recuerdo mal, que le había visto poco antes y que debía andar
por la zona del escenario, pero no llegué a encontrarme con él. Una auténtica
lástima.
A quien sí pude conocer
por fin fue a Clara-sama. Nos costó encontrarnos, pero, una vez más, mi
ostentoso e insuperable pelo de destellos rojizos salvó la situación. La
achuché todo lo que quise nada más encontrarme con ella y me fue presentando a
sus amigos a medida que nos los fuimos encontrando por el Salón, desde los más
agradables hasta los más… ejem, evitables. De todo hay en la viña del Señor,
que se suele decir. Al menos, supimos rodearnos de la mejor gente y pasamos un
muy buen rato curioseando por allí. Clara, Jordi (uno de los amigos agradables)
y yo estuvimos debatiendo acerca de las diferencias entre el euskera y el
catalán (que no os lo creeréis, pero las hay), y fue entonces cuando me
felicitaron por mi estupendísimo “jo vull comprar”. Qué queréis; habiendo
estudiado francés, supongo que no resulta tan
complicado pronunciar el catalán de un modo que no dé demasiadas ganas de
vomitar.
Entre otros eventos
destacables, le vendí mi alma a Clara por diez céntimos. …NECESITABA esas
películas de Gurren-Lagann, ¿de acuerdo? Y todo por culpa de Moni, que me
envició a la dichosa serie casi tanto como me envicié yo solo a Inazuma Eleven,
y eso es mucho decir. Pese sobre tu conciencia, Mónica. Ahora tendré que
invitarla al cine para quedar en paz y que me devuelva mi alma. Que sepas que
las palomitas las vas a pagar de tu bolsillo, por vil traidora.
Y si no quieres pagar,
llama a Nick y me cocináis algo.
OH. DIOS. MÍO. La comida
de Moni y Nick es maravillosa, deliciosa y legítimamente mía. Brownies,
galletas con cobertura de azúcar glas y limón, fajitas… Era como morir y comer
en el restaurante del cielo. Pero, por muchos dulces que me hiciesen, me faltó
lo más importante: las MoNicroquetas (patente en trámite). ¿Qué pasará el día
que se dignen a hacerme croquetas de una puñetera vez? Me da tantísimo miedo
pensarlo que no puedo esperar a hacer la prueba. Espero que para compensarme me
hagan una fuente entera sólo para mí, porque ya está bien. Yo fui a Barcelona a
comer croquetas y al final ni las caté. Me llevé la desilusión de mi vida. De
no haber estado Mery allí para achucharla y calmarme un poco, mi indignación no
hubiese conocido límites. Pero tampoco sirve de demasiado, porque Mery ya no me
quiere como me quería antes.
Pasemos a temas que no me
abran el apetito, que no son horas de comer; os aseguro que si fuese hora de
comer estaría comiendo en vez de estar escribiendo esta chufa. El denso cubito
de recuerdos se está disolviendo en mi cabeza a medida que trato de extraer
información de él y me temo que algunos detalles se perderán por el camino, mas
espero que fueran nimios y nadie se sienta ofendido si no los recuerdo. Yo creo
que, en realidad, mi mente se compone de cubitos de Avecrem y que, cuando
pienso en comida, parte de esos recuerdos se pegan a dicha comida y me los
acabo tragando junto a ella. Es la única explicación lógica que le encuentro a
mi preocupante falta de memoria. …Quizás como poco pescado.
Y vuelta a pensar en
comida casi por inercia. Ay, Señor. Debe ser que tengo hambre de verdad.
¡En fin! Supongo que éste
es el resumen de mi experiencia en el Salón del Manga de Barcelona. Fueron dos
días caóticos y extremadamente agitados, pero mereció la pena por pasar tan
buenos ratos con tantísima gente genial. Hubo alguna complicación que otra,
pero eso es algo en lo que no me gusta pensar. ¡Hemos de ser positivos y ver el
lado bueno de las cosas, no el pequeño inconveniente que todas ellas tienen!
Pero el viernes y el
sábado no sólo fueron días de Salón, claro. Chris y yo, que siempre íbamos
juntos, tuvimos que pasar nuestras pequeñas penurias para llegar a hacerlo todo
en condiciones, y no fue nada fácil, la verdad. Los quehaceres se nos echaban
encima, y el transporte nos lo ponía cada vez más difícil. Pero eso, como se
suele decir, es otra historia, y ha de ser contada en otra ocasión.
…Estúpido transporte
público. Te odio, eres un culo.
Hoyga, no me olvidé de vosotros, no podía dejar a Nick abandonado ;__;
ResponderEliminarLa próxima vez a ver si te puedes quedar en un sitio en la misma ciudad, así no te sablarán por el transporte... xD Entonces cuándo vuelves? (?)
Ya, ya, ya; me conozco esa excusa muy bien, gracias >_> (?)
EliminarEjem... Te recuerdo que si no me quedé en otro sitio fue PORQUE NO PUDE. Devon fue el único que se dignó a alojarme >: Eh-- Qué bonita día se ha quedado, ¿no? *silba*
Qué caótico todo, por Dios. No sé cómo lo haces, pero siempre acaba dándote tiempo a todo, cuando yo al ir a los de Madrid no hago nah de nah D:
ResponderEliminarY eso sí, lo del alma me ha matado. PERO POR DIOS, PIDE MÁS, GABY, PIDE MÁS, QUE PARECES TONTO. ¿NO TE HA ENSEÑADO NADA BART SIMPSON?
El concepto de "siempre" es un poco libre, dado que nunca voy a ningún sitio xDDD Pero imagino que es cuestión de suerte y de que no te coincidan las cosas.
EliminarCLARO QUE ME HA ENSEÑADO, SI LO VEO A DIARIO. PERO... Clara-sama es más fuerte que yo. Y TTGL también. Y ya cuando se juntan, imagina. Al menos vendí mi alma y no algo importante. (Ella aún no sabe que los pelirrojos no tenemos alma, SE HA QUEDADO CON ALGO ETÉREO E IRREAL BWAHAHAHA)
Cuando leo tus posts aquí, Sempai, me dan ganas de volar a España y quedarme ahí y molestarte más de lo que ya lo hago. Acá en Chile se hacen convenciones y cosas vagas por el estilo, pero no son tan geniales como lo que me suena se hace por allá. Los más grandes son el animefestival y animexpo, pero, como te digo, no convencen tanto como lo que he leído. Además que siempre he querido conocer Barcelona y no he tenido el placer :c Aunque debo decir que ciertas ganas se me han quitado cuando mi estómago se ha retorcido de dolor con lo caro que es el transporte (25000 pesos, cuando yo reclamo todos los días por pagar 700).
ResponderEliminarEn fin, algún día deberías pasarte por Chile~
No todo el monte es orégano, Pao. Por bonito que suene todo cuando se narra (ya sabes que yo soy más un escritor literario que descriptivo), en realidad no creo que tus convenciones tengan nada que envidiar a las nuestras salvo por el tamaño. Al final todas se reducen a lo mismo; lo que cambia es la carpa y los eventos.
EliminarSi quieres ir a Barcelona, adelante, pero no me encontrarás por allí, eso que te quede claro :B Yo soy bilbaíno y orgulloso de ello. Somos dioses terrenales, lo cual siempre es guay. Y sí, el precio echa mucho para atrás, lo admito. Viajar no suele ser barato ^^U Pero hay que darse un capricho de vez en cuando, aunque te cueste los ahorros de toda una vida. ...O quizás no tanto, pero creo que lo has captado.
Hay tantos sitios por los que me gustaría pasarme... Necesito dinero. Y tiempo. Ay.