Lo
que tengo ahora mismo entre mis manos es lo que uno podría calificar
de pieza de coleccionista: una
primera edición firmada del primer
libro
de un escritor
novel que, dentro de las limitadas posibilidades que su región,
idioma y
temática autobiográfica
le ofrecen, ha
conseguido un reconocimiento nada desdeñable en diferentes medios de
comunicación y le ha valido a
su autor varias
entrevistas —entre
ellas, una en el programa Faktoria de EiTB— y
charlas en toda
una serie de escuelas, centros culturales y bibliotecas.
En
ese sentido, esta entrada no tiene nada de especial, ya que no estoy
hablando
de
nada de
lo
que no
se haya hablado
ya, por mucho que me duela no tener la exclusiva. No pretendo, por
tanto, inventar la rueda, pero sí que aspiro a reinventarla. Soy
el primero que se alegra de que un autor novato se
convierta en el centro de atención por
su brillante trabajo,
pero no
estoy de acuerdo con el enfoque que se le ha dado a este libro en los
medios, y me gustaría aportar mi pequeño granito de arena para
cambiar esa situación. Quisiera profundizar en lo que este libro es,
en lo que fue concebido para ser, y no en lo que la llamada cultura
popular —o,
aún peor, la
mercadotecnia—
dice que debería
ser.
Siempre
me he llevado mejor con los adultos que con la gente de mi edad; es
lo que sucede cuando los adolescentes te dan miedo y tú eres uno de
ellos, supongo. Razones y psique personal aparte, este hecho
inapelable me ha llevado a conocer gente, digamos, con mundo y
experiencia. La experiencia nace del drama, y el drama se basa en el
conflicto: y, si bien es cierto que un niño de 13 años puede haber
tenido una vida repleta de problemas personales —y éstos deben ser
tan respetados como los de cualquier adulto—, es más probable que
un hombre de 40 años
haya
pasado por muchas más penurias, aunque sea por simple cuestión de
llevar más tiempo dando vueltas por este cruel mundo.
Si
estudiar Doblaje durante un año me permitió conocer a un buen
puñado de gente interesante que me doblaba la edad —el juego de
palabras es intencionado—, mis casi diez años de Pintura no son
para menos. Allí
descubrí que, si
bien, como en la química, ciertos elementos individuales,
aparentemente inofensivos e incluso interesantes, pueden estallar
cuando los juntas, también hay elementos que funcionan como bálsamo,
como una especie de anticatalizador
que equilibra la reacción y la vuelve más estable, por no decir que
la detiene por completo, permitiéndonos
apreciar lo que estudiar esos elementos individuales puede llegar a
ofrecernos.
Mis
inexistentes conocimientos de psicología no acompañan, pero creo
que hace falta un tipo muy concreto de persona para conseguir ese
efecto. Alguien capaz de provocar esa paz en el ambiente con su mera
presencia debe tener ese sentimiento muy arraigado en sí mismo, y mi
propia experiencia me dice que una persona sólo aprecia y guarda con
celo aquello que le ha costado conseguir. No considero descabellado
pensar que las personas capaces de relajar el ambiente con sólo
formar parte de él son aquéllas que han tenido que luchar mucho
para encontrar la paz interior, del mismo modo que las personas que
apoyan incondicionalmente a sus amigos son también las que más
problemas han tenido para encontrar a alguien que haga lo mismo por
ellos. Mi lista de conocidos no es ni por asomo tan vasta como la de
la mayoría de la gente que forma parte de ella —yo estaba
dentro
de ese vil
y vergonzoso
lumpenproletariat
que tenía menos de 30 amigos en Tuenti—, pero creo que pocas
personas de
esa lista,
por no decir ninguna, representan mejor ese sentimiento de paz que
Berdaitz Juaristi.
Berdaitz Juaristi en la presentación del libro en la sala Barrainkua. |
Conocí
a Berdaitz por ser compañero mío en clases de Pintura, hace ya unos
cuantos años. En la hostil ginecocracia en la que estaba y sigo
estando sumergido, Berdaitz era mi luz al final del túnel, mi
compañero de armas y, a la vez, el pacificador que evitaba que
tuviéramos que llegar a usarlas. No aparecía, y sigue sin aparecer,
tan a menudo como debería, pero siempre me alegró tenerle cerca, y
creo que él tampoco estuvo nunca a disgusto conmigo, a pesar de la
tremenda diferencia de edad entre ambos. Incluso
cuando lo era, nunca me trató como a un niño —puede que él
también sepa lo mal que sienta—, sino como a un igual, como
un
compañero, y lo que es más, como a un amigo. (Y
si no lo hizo, no me di cuenta, desde luego.)
Pero
hay quien dice que las mayores sonrisas esconden los mayores
problemas. Desde luego, nadie se hubiera esperado que tras esa cara
de amabilidad hubiese una historia semejante, pero la vida te da
sorpresas y, sobre todo, te enseña a fingir para poder seguir
sorprendiendo a la gente con la verdad. No es raro que alguien como
yo, que le conoce desde hace relativamente poco, no sea capaz de
vislumbrar un problema que lleva ahí desde que él tenía mi edad,
pero cuando un amigo de toda la vida le dice “Berdaitz, tío, yo
creí que te conocía”, empiezas a ver las cosas con perspectiva y
a apreciar la magnitud de la carga que él ha llevado en silencio.
Pero pocos son los silencios que quedan intactos, y Berdaitz rompió
el suyo con una novela autobiográfica en la que relataba, por fin,
todas esas cosas que, hasta entonces, siempre se había guardado para
sí mismo. Siendo, como era, una mezcla entre confesión y desahogo
personal, no es difícil imaginar por qué optó por un título como
Tanto
que contar.
Tanto
que contar
nos narra la historia de Unax, un bilbaíno de 34 años que vaga por
la vida con un trastorno de personalidad con el que ya le resulta
imposible lidiar. Tras años de terapia y de buscar nuevas maneras de
reconciliarse consigo mismo sin éxito, Unax decide experimentar con
el campo de las bioenergéticas, una serie de retiros en grupo en los
que se utilizan técnicas de dudosa fiabilidad para dejar salir las
emociones reprimidas.
Portada de Tanto que contar |
Como
se nos dice antes incluso de llegar al prólogo del libro, esta
historia transcurre durante tres fugaces días de 2007, que narran la
segunda bioenergética de Unax. Tras una experiencia aparentemente
beneficiosa para él, aunque incompleta, nuestro protagonista decide
que necesita asistir a otra bioenergética para conseguir desahogarse
por completo y poder seguir así el camino hacia su felicidad
personal, que lleva ya tantos años bloqueado. Su periplo empieza con
un inocente viaje en coche compartido, donde conocerá a la mayoría
de personajes que le acompañarán durante la bioenergética:
Rosa, una mujer algo basta al hablar y sin pelos en la lengua; Inés,
una inquebrantable mujer capaz de poner en su sitio a Unax cada vez
que sus pensamientos toman rumbos peligrosos, y, por último, Judith,
una preciosa psicóloga de Madrid que le roba el corazón a Unax a
primera vista, convirtiéndose así en el hilo conductor de la
historia y en la razón principal de los trastornos que Unax sufrirá
durante su estancia en la bioenergética.
Y
es que, lejos de querer hacer apología de los beneficios de esta
terapia, Tanto
que contar
narra las dificultades de Unax para reconciliarse consigo mismo, la
pérdida absoluta de fe en la bioenergética y en quienes la llevan a
cabo, en los cuales confiaba tan ciegamente, y en el brutal descenso
a la locura por el que tendrá que pasar por culpa de todas esas
experiencias que
describe con todo lujo de detalles. Unax narra, siempre en primera
persona, cómo se siente en cada momento y cuál es el efecto que los
ejercicios y las conversaciones con
sus compañeros tienen en su psique, ya dañado de por sí tras años
de aguantar una depresión constante. Todo esto, sumado a su nuevo y
apasionado encaprichamiento con Judith, desembocarán en toda una
serie de emociones y reacciones que, si bien en principio resultarían
ilógicas para cualquier persona externa, son explicadas de tal forma
que acaban creando líneas lógicas que podemos seguir a nuestro
antojo, para llegar a una u otra conclusión.
Y
es que, a pesar de no ser un libro muy largo, Tanto
que contar
nos invita a la reflexión prácticamente en cada página a través
de un lenguaje complejo, pero no pesado: puede leerse con relativa
fluidez, aunque nos cueste entender —o tratar de entender, al
menos— qué es lo que el autor quiere decir con cada párrafo. Esto
convierte al libro no sólo en una obra literaria, sino que le
confiere también ciertos tintes casi filosóficos: a pesar de
describir la situación de nuestro protagonista, se priva en
ocasiones de decirlo todo directamente y nos da libertad para decidir
cómo nos sentiríamos nosotros de estar en el lugar de Unax.
Es
por eso que, erróneamente, la cultura popular, como la he denominado
en el segundo
párrafo de este artículo, ha tratado de convertir esta novela en
una especie de libro de autoayuda para gente con desórdenes
mentales. Si bien leer acerca de esta experiencia puede inspirarnos
para hacer frente a nuestros demonios personales, ¿qué obra de hoy
en día no envía también mensajes positivos a sus lectores,
espectadores, oyentes o jugadores? Definir Tanto
que contar
como una especie de rayo de esperanza para gente con depresión es un
gravísimo error que se ha cometido con demasiada libertad a la hora
de hablar sobre el libro, ya que no pretende, ni pretendió jamás,
ser nada más de lo que en realidad es: una novela. Autobiográfica,
sí, pero una novela, al fin y al cabo.
Una de las muchas explicaciones de Juaristi acerca de su estado mental. |
Pero
volvamos al tema anterior. Si bien Tanto
que contar
hace un gran esfuerzo por mantener ese ritmo constante de reflexión,
la falta de práctica del autor se vuelve en su contra a la larga. El
principal
defecto
del peculiar estilo que adopta es el querer mantenerlo en
absolutamente todas las líneas del libro, incluso en las que
corresponden a los diálogos. Hasta aquellos personajes que son
definidos como paletos de
pueblo hablan
a menudo como catedráticos de
filología,
con complejísimas frases y metáforas nada comunes en la lengua oral
—ni en la escrita tampoco, para el caso—. Así, una de las
primeras frases de Rosa, quien, como ya he mencionado, es descrita
como vulgar y basta, dice así, y cito textualmente: “Consideremos
que las polillas se refugian en la noche acomplejadas por su
vulgaridad frente a la exquisitez de las mariposas”. Todo esto,
mencionando el narrador inmediatamente después que Rosa ni siquiera
entendía de qué trataba la conversación, lo cual reitera su
aparente falta de luces, pero la sigue haciendo merecedora de una
butaca en la mesa redonda de la RAE. Esta falta de realismo en el
habla de algunos personajes priva al libro de poder afianzar del todo
el tono general al que aspiraba, ya que rompe la ilusión de cultura
del narrador al convertir a todo ser con boca en un orador ateniense.
Pero
el problema va más allá de algo tan banal como estropear el
ambiente de vez en cuando. En un intento de ser profundo y sonar
culto, ciertos párrafos se vuelven confusos y retorcidos, y lo que
inicialmente pretendía darles un bonito significado oculto acaba por
quitarle cualquier significado que hubiera podido tener, porque,
entre otras cosas, las frases quedan mal construidas.
Así,
uno de los mayores defectos de la novela es que la escritura es muy
mejorable a nivel técnico. Durante todo el texto, podemos apreciar
una puntuación dudosa, imperativos mal construidos que se confunden
con el infinitivo —'ir' en vez de 'id'—, gramática cuestionable
e incluso algunos artículos y preposiciones erróneos o que brillan
por su ausencia. A pesar de haber sido autopublicada, la novela fue
corregida antes de ser impresa, y por una eminencia de la literatura
vasca, nada menos; pero, sinceramente, no se nota.
Mucho
más notorias y enriquecedoras son, por otro lado, el resto de
aportaciones al manuscrito original del libro, el cual también tuve
la oportunidad de leer en su día. Al margen del epílogo que el
propio autor escribió, el cual no estaba en el texto original,
también podemos encontrar un interesante prólogo escrito por el que
fuera psicólogo de Juaristi durante años. En él, el doctor Claudio
Maruottolo Sardella da una visión especializada del contenido del
libro y de las razones que tuvo el autor para escribirlo; poner una
experiencia como ésta en palabras y a disposición del público no
busca revivir un trauma, sino el modo de superarlo, de mirarlo “desde
la lejanía del otro lado”. Ambos añadidos
pecan
de hacer suya la idea ajena de querer convertir la novela en una
especie de manual que sirva para ayudar a los enfermos mentales,
aunque, al menos, no es la idea principal de ninguno de los dos
textos. Además, cabe destacar que el epílogo habla de Unax, el
protagonista, como si fuese una tercera persona en vez de la
representación ficticia del autor. ¿Puede ser esto una metáfora
para indicar que el hombre que hemos visto durante la novela ya no
existe, o que
no
representa la condición actual del autor? Puede, pero eso queda a la
interpretación de cada uno.
Puestos
a hablar de aportaciones, no puedo dejar de mencionar a Raquel Rochas, ilustradora principal del libro e inagotable fuente de
inspiración para todos sus alumnos, incluyéndonos, por supuesto, a
Berdaitz y a mí, como tantas veces he mencionado ya en este mismo
blog. Tres de las cuatro ilustraciones del libro, de una página
completa cada una, fueron hechas por ella sin pedir nada a cambio,
sólo por el amor que les profesa a todos sus alumnos —y, de
nuevo,
el juego de palabras es intencionado—, y fueron repartidas entre
las 155 páginas del libro. Como tal, su nombre aparece en los
agradecimientos al final del libro, al igual que el de todas las
personas que han colaborado en la creación del mismo,
además de padres, parejas sentimentales y amigos.
La
única persona que no aparece, ya que todos se olvidaron de él dada
su ínfima presencia, es un servidor. En efecto, si bien Rochas hizo
tres de las ilustraciones del libro, yo tengo el honor de poder decir
que la cuarta es mía. Lo único que salva a Berdaitz de mi rencor
eterno es el hecho de que, al presentar el libro en la sala Barrainkua de Bilbao, tuvo el detalle de mencionarme con nombre y
apellidos ante el enorme gentío que allí se congregó. Y,
también,
que, varios meses después, cuando por fin se dignó en dejarse ver
otra vez, me escribió una preciosa dedicatoria en euskera y me lo
firmó. Así, aunque mi copia ya esté algo ajada de tanto llevarla
de un lado para otro en la mochila de la universidad, tiene un valor
incalculable; si no monetario —aún—, sí sentimental.
En
definitiva, Tanto
que contar
es mucho más de lo que dice ser, o de lo que la gente pretende que
sea. Si bien el libro ha sido vendido como una fuente de inspiración
para que gente con problemas mentales vea esperanza
donde antes no había nada,
la historia que hay detrás es mucho más que eso: es
la confesión sincera de una mente torturada durante años; son
los
pensamientos y recuerdos más íntimos de alguien que jamás pensó
que llegaría a vivir lo suficiente como para contarlos. Todo queda
reunido y ordenado en una novela que, si bien no está exenta de
todos los fallos técnicos y literarios que un escritor novato puede
cometer, resulta absorbente y sobrecogedora. La primera novela de
Juaristi nos invita en cada párrafo a que reflexionemos sobre
nuestra propia mente y nuestros actos, ya que a menudo nos veremos a
nosotros mismos reflejados en el demente Unax, a la vez que nos
enseña que hasta la más profunda oscuridad tiene siempre su luna
que la ilumine.
…No,
creo que no voy a dejar pasar tan fácilmente eso de que te olvidases
de mí. Más te vale que lo arregles en el siguiente libro.
Ficha
técnica:
Título: Tanto que contar
Año: 2014
Autor: Berdaitz Juaristi
Nº de páginas: 155
Editorial: Bubok Publishing S.L.
Idioma: Español (Agradecimientos en euskera)
Idioma original: Español (Agradecimientos en euskera)
ISBN: 978-84-686-4995-5
Título: Tanto que contar
Año: 2014
Autor: Berdaitz Juaristi
Nº de páginas: 155
Editorial: Bubok Publishing S.L.
Idioma: Español (Agradecimientos en euskera)
Idioma original: Español (Agradecimientos en euskera)
ISBN: 978-84-686-4995-5
Lo
mejor:
-Sincero,
reflexivo y muy bien pensado. Es muy sencillo ponerse en la piel del
protagonista y plantearse las mismas dudas que se plantea él.
-El
lenguaje es muy complejo, pero, en la mayoría de casos, se hace
sorprendentemente sencillo de digerir.
-Aunque
no sea su objetivo principal, sí, puede serle de ayuda a la gente
que esté pasando por una situación similar.
Lo
peor:
-Muchos
fallos técnicos en la escritura.
-Debido
al rebuscado lenguaje, algunas partes pueden hacerse lentas y
difíciles
de leer, por no decir que están simplemente mal redactadas y que no
tienen sentido.
-Que
te dejes llevar por el hecho de que se ha promocionado más como
libro de autoayuda que como novela y no le des una oportunidad.
Nota:
7
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